Las dos orillas y la silla vacía (parte II)

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Y todavía dicen algunos que la política es aburrida. En mi columna pasada, creyendo tener bola de cristal, di por seguro que ganaría el Sí, lo cual no sucedió; sin embargo, creo que el resto del análisis es relevante.


Según la Registraduría, había 34.899.945 colombianos habilitados para votar, y solo votaron 13.053.364; es decir, quedaron 21.846.581 sillas vacías, y quedaron dos orillas –la tercera parte que votó- de igual tamaño.

La conclusión es que la negociación que comenzó hace diecisiete años aún no termina, como se pensaba hace una semana. Ninguno de los dos lados puede cantar victoria. Les debería preocupar a todas las partes, Farc, Gobierno y oposición, el tamaño de la abstención.

La última vez que hubo un plebiscito en Colombia votó más del noventa por ciento. Tenemos que entender por qué la mayoría de los colombianos decidieron quedarse en la casa. ¿No los desvela la guerra? ¿El cese del conflicto no es prioridad? Este es el punto central que debemos resolver de cara a la negociación. Un plebiscito en que no participe por lo menos el 70% de los votantes habilitados es un fracaso. Aunque hubiera ganado el Sí en las mismas condiciones que ganó el No, hay un tema preocupante de legitimidad. Es decir, el No, aunque matemáticamente ganó, no tiene la legitimidad política que cree tener porque no es representativo del sentir nacional; por el No, votó una sexta parte de los votantes, y se ganó por un margen ridículo.

Con las anotaciones anteriores en mente, este es mi análisis de lo sucedido. El Sí hubiera podido haber ganado incluso con la oposición de Uribe, pero la confluencia de desafortunados eventos inclinaron la balanza. Si a Santos le interesa buscar un culpable del fracaso matemático del Sí: Gina Parody.

Los votos por los que perdió el Sí, fueron los que marcharon en rechazo al intento de Parody de promover la ideología de género, lo cual es innegable. Leí el acuerdo y no encontré ninguna referencia a la ideología de género, sin embargo una corriente oscurantista dentro de los católicos, liderada por deformadores de la fe, aseguraba lo contrario. Es inaceptable que conocidos los resultados, el Presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana declarara lacónicamente “que perdimos todos”. Aguas tibias. No puede quedar bien con Dios y con el diablo.

Sin tomar posición por un lado o por otro, es obligación de los jerarcas de la iglesia católica en Colombia aclarar si el acuerdo promueve la ideología de género. No se puede dejar la conducción del rebaño a charlatanes y a sacerdotes malformados. Todos los católicos exigimos claridad y orientación de la iglesia y sus cabezas porque lo que dice el acuerdo, o el que logre firmarse, no va a cambiar nada en lo referente a enfoque de género –que no tiene nada que ver con ideología de género-. Esto fue parte del engaño de Vélez.

Volviendo al acuerdo en sí, por el lado bueno, si la oposición puede sacar un mejor acuerdo para Colombia, adelante. Todos queremos eso. Sin embargo, contrario a lo que piensa la gente, el gran ganador fue Santos – no sé si por diseño o por accidente, creo que más por lo segundo- . Al ganar el No, obliga a Uribe a sentarse a negociar y le transfiere la responsabilidad de lo que pueda suceder en la negociación. Si mejora el acuerdo, ganamos todos, y si fracasa, el costo político y moral lo asume Uribe junto con la iglesia católica –esta última por omisión-.

El plebiscito era una herramienta en la que si ganaba el Sí, ganaba Santos, y si ganaba el No, perdía Uribe. Hoy Uribe, a las malas está montado en la negociación.

La negociación en esta última fase sirvió para convencer a las Farc de la voluntad de paz del Estado, y de que el diálogo y la negociación son mucho más beneficiosos que las armas. Hasta ahora, la actitud de la oposición hace pensar en que todavía es posible salvar el acuerdo. Los votos del país entero son para que desaparezcan las orillas y para que no haya más sillas vacías. Un solo país unido por una causa común.