Leí la Última Proclama del Libertador Simón Bolívar hace poco en una pared de la Quinta de San Pedro Alejandrino. No deja de impresionarme ese testamento a los colombianos porque permanece vigente.
El primer Grito de Independencia el 20 de julio de 1810 se frustró por las mezquindades de unos pocos, en lo que se conoció como la Patria Boba. 20 años más tarde, Bolívar en su lecho de muerte, se lamenta de que a pesar de haber logrado la independencia de España, las divisiones persistían y nos mantenían esclavizados. Con Bolívar murió también ese sueño de unión llamado la Gran Colombia.
Hoy las circunstancias son diferentes, y hoy soñamos una Gran Colombia diferente a la que soñó Bolívar. Lastimosamente y después de doscientos seis años desde aquel 20 de julio, seguimos atrapados en la patria boba. Hoy por cuenta de Uribe y Santos; cuando más necesitamos estar unidos, es cuando más divididos estamos.
Tratando de leer los signos de los tiempos, varias cosas de relevancia han sucedido en los últimos días. Primero, Santos nombró a Martínez como Fiscal General para garantizar a Uribe la no persecución política, y además le envió una carta como gesto de paz. Parece ser que los gestos han tenido efectos retardados, y Uribe, al momento de escribir estas letras, parece estar meditando el asunto. El diálogo que rechazó Uribe es necesario cuando está en juego refrendar lo de La Habana. El ejercicio responsable de la oposición exige conocer a fondo el acuerdo, para entonces si tomar posiciones. Considero que Uribe actuó irresponsablemente.
En otro capítulo de la novela, la Corte Constitucional allana el camino a una Constituyente al tumbar el Tribunal de Aforados y dejar incólume ese gran centro de corrupción llamado Consejo Superior de la Judicatura. Nos notifica que los cambios profundos que requieren las instituciones colombianas no podrán lograrse por vía legislativa o judicial, y que por consiguiente hay que convocar una Constituyente. Hay que leer entre líneas. Remata la mencionada Corte dando vía libre al mal llamado plebiscito y dándole carácter vinculante. El montaje es para garantizar la victoria del sí.
Pecaríamos de ilusos si no reconocemos que en todo esto que está sucediendo hay una mano siniestra que está moviendo todos los hilos para asegurar que Santos – ¿y las Farc?- se salgan con las suyas. No ha habido la transparencia debida.
La firma del acuerdo de La Habana es un hecho cumplido. Todavía no sabemos qué fue lo que se cocinó en Cuba y que es lo que quieren que refrendemos, así que no puedo decir si es bueno o malo. Tengo claro varias cosas.
La primera, que Uribe no hará las paces con Santos hasta que se le garantice la impunidad a él y a sus más cercanos colaboradores. En su mente, ellos son patriotas y no criminales, y todo lo que hicieron, lo hicieron por el bien de la patria. Puro altruismo. Tal vez hay que pensar en una amnistía generalizada y aprobarla tapándonos las narices.
La segunda, el negocio de los narcóticos no lo sueltan las Farc. Se cambiarán de nombre, se dirán disidentes, pero ese negocio no lo sueltan. ¿Qué va a hacer el Gobierno que nos representa al respecto? La lógica es simple: es imposible persuadirlos de que después de vivir como millonarios y capos, se concentren en unas zonas a vivir de la asistencia social. Para alcanzar nuestro sueño de la Gran Colombia, es decir, un país donde quepamos todos sin importar como nos vemos o pensemos; una Colombia incluyente y llena de oportunidades para todos, una Colombia en verdadera paz y armonía, necesitamos que nuestras elites actúen con desprendimiento y antepongan el interés general al interés particular. Necesitamos que nuestros dirigentes se pongan de acuerdo sobre los temas fundamentales que garantizan la convivencia y el buen devenir de una sociedad.
Si lo único que logramos con el acuerdo de La Habana es un relevo de los actores de la violencia, tal como sucedió con la desmovilización paramilitar, no habremos logramos nada; incluso quedaríamos peor. Tenemos que persistir en el empeño de desarticular por las buenas o por las malas a todos los actores de la violencia.