¿Quién mató a Leidy Johanna?

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com

Seguramente usted también ha escuchado muchas veces decir que no hay crimen perfecto, pues es mentira. Sí hay crímenes perfectos, de hecho aquí en Colombia se cometen muchos cada día. Son tan perfectos que pensamos que no son crímenes.


Para nuestra conveniencia, siempre tenemos la coartada perfecta: el sistema. Al sistema le echamos la culpa de la muerte de Leidy Johanna Espinosa -la madre que una hora antes de morir dejó un video pidiendo por su vida- o de los niños muertos por desnutrición en La Guajira o cualquier otro rincón del país, y de muchas otras cosas dolorosas que suceden a diario sin que nos inmutemos.

Se ha preguntado alguna vez ¿qué es el sistema? Yo me lo he preguntado muchas veces, y siempre llego a la misma respuesta. El sistema es el ciudadano que no vota a conciencia, el funcionario corrupto, la universidad que gradúa profesionales no idóneos, el galeno que no tiene idea de lo que es el juramento Hipocrático, el abogado que no es más que un despreciable traficante de influencias, los medios que cohonestan a los corruptos, los padres que no le inculcan valores a sus hijos y para no extenderme, en realidad somos todos; somos usted y yo. Todos somos el sistema.

Lo triste de toda esta historia es que la trampa de culpar al sistema nos ha llevado a la indiferencia y a la impotencia; aunque creo que el exceso de lo segundo lleva a lo primero; es decir, primero nos sentimos impotentes y después nos volvemos indiferentes o resignados.

La causa real de todas las cosas malas que suceden en una sociedad y por las que solemos culpar al funcionario o al Gobierno, a los que normalmente asociamos con el sistema, somos los ciudadanos resignados o indiferentes que creemos que nada puede cambiar porque nadie puede contra el perverso sistema.

Y siendo nosotros la causa de los crímenes perfectos, entonces somos autores intelectuales o por lo menos cómplices de estos crímenes. Leidy Johanna y los niños de La Guajira son nuestras víctimas, así como lo son también los colombianos que a diario son sometidos al paseo de la muerte o los niños y jóvenes que se quedan sin educación, y de tantos otros crímenes de los que ni siquiera somos conscientes. No son crímenes de Estado sino crímenes ciudadanos.

Lo que sucede es que cuando la responsabilidad se diluye entre muchos, nadie se siente culpable cuando en realidad todos lo somos. Para ser un asesino no es necesario que el dedo apriete un gatillo; basta con que ese mismo dedo se manche de tinta el día de las elecciones por las razones equivocadas y por la persona equivocada.

Podemos andar por la vida resignados a nuestra suerte –la que nosotros mismos nos labramos- y seguir aceptando como fatalidades del destino o fallas del sistema todas las aberraciones e injusticias que suceden a diario en nuestra sociedad. Por este camino somos una sociedad condenada al fracaso; o para ser más exacto, las mayorías están condenadas al fracaso. O podemos optar por protestar, por exigir, por no quedarnos callados ante la injusticia, pero sobre todo por ejercer los derechos ciudadanos, incluido el del voto, responsablemente.

Solo cuando usted y yo actuemos como ciudadanos responsables comprometidos con el bien común, podremos desmantelar la telaraña perversa del omnipresente sistema. No sé cómo se sienta usted de saber que es por lo menos cómplice de numerosos y repudiables crímenes perfectos. Yo me siento mal. A mí todavía me perturba el video de Leidy Johanna, y aún no logro entender cómo es que un requisito burocrático y unos médicos indolentes la dejaron morir, y de paso dejaron dos niños huérfanos y sin futuro. No logro entender por qué en un país que se dice civilizado los niños se mueren de hambre y nadie responde porque la culpa es del sistema.

No podemos cambiar el pasado, pero sí nosotros para que el futuro de nuestra gente, sobre todo de los más débiles, sea promisorio. Nuestro futuro será diferente cuando renunciemos a ser ciudadanos indiferentes o resignados. ¿Cuándo terminaremos de entenderlo?