Descubriendo la ciudad perdida

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com

La vida es extraña porque está llena de paradojas indescifrables. Cuando estoy afuera estoy más enterado de lo que pasa en Colombia y Santa Marta, pero apenas aterrizó el avión, en Santa Marta, me desconecté de todo y de todos. Tanto así, que me he enterado por otras personas de lo que está sucediendo en el mundo. Un taxista llevaba puesta la radio, y por eso me enteré de que Santos y las Farc firmaron el cese bilateral, ante la indiferencia de mucha gente que ni cree ni le importa. No recuerdo quien, me comentó que el Reino Unido le había dicho bye bye a la Unión Europea, lo que equivale al beso de la muerte. Esto era de esperarse y se había demorado.


En fin, llevo algunos días en Santa Marta, recorriéndola lo que más pueda y mientras los pies y las energías aguanten. Hablando con los taxistas, con los tenderos y con la gente de la calle. Viendo la estatua humana en La Bahía, muy artística por cierto, y obviamente llenándome de atardeceres.

Caminando la ciudad sin prevenciones, he vuelto a sitios que mi memoria había borrado. Me subí en un coche de caballos –los pies no daban más- y recorrí El Rodadero por todos sus vericuetos. Me perdí entre la gente en la playa para gorrearme un vallenato o una cumbia maravillosamente interpretada por una tambora con saxo.

Volví a meterme al mar, a mojar los labios con el agua salitrosa, a alquilar una carpa para que el sol no me acribille, y a tomarme unas cervezas, y a no hacer nada...no pensar en nada y dejar pasar el tiempo mirando a lo lejos tratando de imaginarme que sigue más allá de aquello que puedo ver.

He tenido la inmensa alegría de abrazar a muchos amigos y familiares a quienes hacía mucho tiempo no veía; porque con la sabiduría que traen los años, se aprende que la vida es una sucesión de momentos, y que cuando esos momentos nos traen alegrías, debemos aprovecharlos al máximo. La riqueza y el tesoro más grande es un abrazo estrecho y lleno de afecto de aquellos que nos quieren y a quienes queremos.

Los ojos han visto cosas buenas y cosas que aún necesitan mejorar, pero cuando se aprende a ver, entonces surge una magia que no revela a la primera mirada. La alegría de la gente, la capacidad de ganarse la vida e inventarse un negocio, como la estatua humana o el señor que alquila dos telescopios en el Malecón para ver quién sabe qué.

Estuve desconectado por muchos días de la Internet, del Facebook, y de los periódicos. En este proceso de abandono, encontré un nuevo significado para la Tierra del Olvido porque Santa Marta puede ser esa tierra para vivir en paz y olvidarse de todo...y descubrí que a veces no es tan importante la magia de tenerlo todo sino la magia de no tener nada.

Andaba sumergido en estado de ensoñación, cuando Celmira me devolvió a la realidad –por un momento nada más- y me envió un correo electrónico dejándome saber que no había recibido la columna. Claro que no, no la había escrito...estaba muy ocupado haciendo nada.

Santa Marta, la ciudad que vive dentro de mí, es una ciudad maravillosa a pesar de su atraso y de sus muchos problemas. Ya habrá espacio para la crítica constructiva, pero hoy no; todavía quiero seguir soñando despierto. Pronto un avión me llevará de regreso a la realidad.

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