¿Estamos en guerra?

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



La polarización que vive el país se ha profundizado de tal manera, que creo estamos frente a una nueva guerra civil. A diferencia de las que se han presentado en nuestro pasado, la que estamos viviendo no se hace con fusiles y balas, es una guerra mucho más sofisticada que involucra a todos los hilos del poder, y cuya munición es permisividad con la corrupción. Como es una guerra que no parece guerra, es una guerra mucho más peligrosa y dañina para el país. Guerra al fin y al cabo.
Se ha quejado el uribismo desde hace algún tiempo de ser víctima de persecución política, y el arresto del hermano del senador Uribe, según ellos, encaja dentro de esa persecución. ¿Constituye este arresto una declaración de guerra contra el uribismo? ¿Es acaso un intento para doblegarlo?
La guerra sin cuartel entre el santismo y el uribismo es a muerte y se desarrolla en distintos escenarios institucionales y en los medios de prensa.
Es curioso que el uribismo se queje del monstruo que creó, ahora que los quiere devorar. Al senador Uribe se le debe el haber desequilibrado el precario equilibrio de las ramas del poder público en un país marcadamente presidencialista. Desequilibrio producto de la reelección y de la politización y corrupción que implementó en las instituciones supuestamente para lograr objetivos loables.
Ahora que Santos es quien tiene la sartén por el mango y que Uribe es enemigo declarado, Santos ha utilizado el Frankenstein de Uribe contra Uribe, con la notable excepción del procurador Ordóñez. Ciertamente que Santos ha hecho mejor uso del monstruo, y lo ha llevado a dimensiones que parecían impensables. Prácticamente hoy en Colombia no hay una sola institución que no esté bajo sospecha, y cuando este es el caso, ninguna sociedad puede funcionar bien. Escándalos en la Policía y en el Ejército, ministros involucrados en actuaciones cuestionadas, y ante todo esto el presidente Santos pasa de agache; es más, los defiende. A Palomino lo sostuvo a toda costa hasta que no pudo más, y en el caso Reficar, ha dicho que no robaron tanto como dicen sino que fue improvisación y falta de planeación, que al final resulta siendo lo mismo.
Tanto Santos como Uribe han abusado de la lógica de que es mejor tener en las posiciones de poder a amigos aunque sean corruptos o ineptos o ambas cosas, a tener enemigos santurrones y capaces.
No es descartable que el santismo piense que al sacarle los pecados al uribismo y meterlos a la cárcel, logrará el apoyo para la paz. Estrategia que puede tener lógica ya que un número importante de miembros del gobierno Uribe o bien está huyendo de la justicia o está en la cárcel. Ya un uribista pura sangre, Diego Palacio, manifestó su interés en acogerse a beneficios judiciales, aunque algunos ya dijeron que legalmente no podía. Claro que puede: los hombres hacen las leyes, los hombres pueden cambiarlas. El no se puede es pensar de leguleyos idiotas.
Cualquiera que sea la lógica perversa de esta guerra, la polarización llegó demasiado lejos, y hay que pararla ya. Es hora de que las voces prudentes y responsables comiencen a manejar la agenda del país y no los intereses mezquinos que nos gobiernan desde hace ya casi dieciséis años. Es injusto y absurdo que mientras el santismo y el uribismo se dan garrote, el país se va al carajo. Ilusamente quieren convencernos de que el otro es más delincuente o vende patria, cuando todos sabemos que entre Santos y Uribe no hay muchas diferencias y que son la misma vaina. Tiene uno que estar muy despistado para creer lo contrario.
Lástima que sea inconveniente en estos momentos hacer una constituyente porque necesitamos una reingeniería profunda del estado, reformas que permitan que nuestros mejores hombres y mujeres, aquellos que tienen solamente como motivación el bien común, lleguen a las posiciones de poder. Por lo pronto, ayudaría que de alguna manera Santos dé señales de que le importa más el país que lo eligió que ganarse el premio Nobel de la Paz.