"Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica", expresaba nuestro gran pensador Nicolás Gómez Dávila.
Desde hace ya más de diez años no hay un día en que no piense, con preocupación, en ella.
A todas les he preguntado en algún punto de la relación lo mismo, una y otra vez: ¿será que me vas a querer igual si me dejo tentar por ella?
Es ella, la que me atormenta las noches, los días, los aniversarios, y hace que el paso del tiempo sea cada vez más angustiante. La veo muchas veces con otros hombres, y no hay mayor desespero que pueda entrar en mi cuerpo. Es ella, la que no me permite mirarme en el espejo con seguridad. Es mi obsesión, mi tabú más supremo y mi ADN sabe que no la podré evitar. Es mi destino y no es alentador saber que en el fondo de su corazón, ella, -sí, ella-, está esperándome.
Entonces necesito saber la verdad: ¿tu amor resistiría si ella se instala permanentemente en mi vida?
Mis ancestros siempre me lo habían dicho: algún día ella se quedará en mi ser y me cambiará la perspectiva existencial, dándome vida para filosofar. No sé qué especular. No sé qué responder ante un futuro con ella. Todo parece indicar que cuando nací ya estaba en mi mente, dominándome desde su altura: ¿cómo, Dios mío, pudiste concederme tal destinación sentimental?
El otro día la vi. Se me agitó la testosterona, se me empeoró la condición y se me trabó la esperanza. No sé qué hacer con ella, aunque sé muy bien qué es lo que ella quiere hacer conmigo. Ya acudí a los expertos, a los mejores, y nada. Nadie podrá quitármela de la cabeza.
Al fin y al cabo, sin aviso, sin mapa y sin territorio, la logré conquistar. Pablo Milanés ya me lo había dicho que estaba cantado: "de qué callada manera, se me adentra usted sonriendo, como si fuera la primavera". Ella, en plena lluvia de florecimiento, y yo, en pleno comienzo de eternidad, tratando de cosechar durante el diluvio lo poco de madurez que me restaba tras un largo fenómeno de El Niño.
Por fin pude tocarla, sentirla, abrazarla, consentirla y amarla. Ahora la asumo. Además, me enamoré de ella, y siento que ella y yo le haremos la vuelta al mundo, a pesar de lo que piense la gente. La acepté en mi vida, tras resistirme por tiempos, y fue quizás el instante más apaciguador y terrenal de mi vida. No podía pelear contra ella, contra su voluntad, contra su fortuna, contra mi calvicie, que no es más que mi dilema apagado y heredado.
¡Feliz año nuevo!