Un cometa llamadoTrudeau

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



De vez en cuando aparece alguien interesado en demostrar que el Estado sí puede invertir en busca del bien colectivo.

 

Cada vez es más claro que los primeros enemigos y destructores del Estado de Bienestar, fueron los protagonistas del reparto gratuito de la riqueza mediante dádivas y subsidios que todo lo que hicieron fue sobrecargar la nave hasta que comenzó a hacer agua por todas partes.

Así provocaron, además, la revancha que entregó sectores claves para la generación de riqueza y bienestar a unos particulares privilegiados, con el argumento de que los manejarían mejor que burócratas perezosos y relamidos. Hasta que la lógica misma del interés particular llegó a producir tanta desigualdad e injusticia, que ahora comienza a crecer la oleada de quienes claman por un Estado menos indiferente.

Sin caer en los extremos de otros países desarrollados, el proceso contemporáneo del Canadá presenta un curso parecido de esfuerzo por el bienestar con protagonismo del Estado, viraje brusco a favor del sector privado, crisis social y exigencia del retorno de un gobierno socialmente comprometido. Pierre Eliott Trudeau les propuso a los canadienses hace varias décadas trabajar por una sociedad justa. Desde entonces, con resultados distintos, Canadá se atrevió en ocasiones a marchar en contra de la corriente que desde el gobierno privilegia los grandes intereses económicos.

Ese comportamiento le permitió un lugar original dentro del grupo de los grandes y le salvó de caer en trampas que llevaron a otros a crisis mayores, por ejemplo cuando se abstuvo de proclamar la desregulación de los bancos. No obstante, bajo la orientación de Stephen Harper, el país volvió a tomar en los últimos años el rumbo de la ortodoxia que si bien produce cifras equilibradas conduce al mismo tiempo a la desigualdad y la pobreza de amplios sectores sociales, mientras se fortalece el poder de las grandes corporaciones.

Como un cometa que vuelve a pasar por el firmamento, el hijo de Pierre Eliott acaba de conseguir un triunfo fulgurante en las elecciones generales de la semana pasada, otra vez con la oferta de combatir las desigualdades y poner al Estado en la tarea de invertir en la gente. Ante las bajas tasas de interés de un sector privado que no quiere invertir sino vivir de la renta, el proyecto de los liberales canadienses, que serían el centro izquierda del panorama político, busca reanimar sectores claves y fortalecer la infraestructura decadente por cuenta de la iniciativa del Estado.

A juzgar por la arrolladora mayoría obtenida, que le alcanza para formar gobierno sin acudir a alianzas con otros partidos, los canadienses tenían claro, otra vez, que existe un camino diferente de aquel del culto a ultranza a la ponderación del déficit como el mayor de los males, por encima del desempleo y la pobreza, que para el gobierno que termina parecerían problemas secundarios. Con el nuevo proyecto, del nuevo Trudeau, la izquierda canadiense se aparta de la tradición de aquellos partidos vergonzantes, como el Laborista de la Gran Bretaña, que ante la arremetida del thatcherismo decidieron en un momento plegarse a unos cuantos de los postulados conservadores, para cambiar peligrosamente su carácter.

A quienes pueda fastidiar la sospecha de que la única credencial de Justin Trudeau para llegar al gobierno sea la de llevar ese apellido, o haber sido criado a propósito con ese objetivo, les sentaría bien saber que su proyecto inicial de vida fue el de convertirse en maestro. Luego de estudiar exitosamente en McGill, y de actuar en una serie de televisión, sin pretensiones políticas, se puso a estudiar ingeniería y geografía, hasta que un discurso, ahora famoso, que pronunció con motivo de la muerte de su padre le sacó del anonimato. Metido por el destino en el escenario es muy posible que la magia de la memoria de Pierre Eliott le haya ayudado a subir la escalera interna del Partido, que le llevó al Parlamento y a la jefatura que a su vez le sirvió para dar el asalto final al poder la semana pasada.

Dinámico e informal, lleno de la fuerza propia del momento de la vida que atraviesa, Justin tiene el tremendo compromiso de conducir a una de las grandes potencias económicas del mundo por un camino ajeno al de la ortodoxia de la austeridad. Tsípras, Obama, Hollande y los Kennedy deben estar felices. Merkel, Cameron y otros cuantos, deben estar calculadamente preocupados.

Lo cierto es que está por verse si es correcto interpretar la aparición resplandeciente del joven Trudeau de principios del Siglo XXI como un buen augurio, en medio de la euforia de la mayoría que le llevó al poder y del espanto de quienes consideran que todo lo que ha hecho esa mayoría es regresar al borde del abismo, como temen los sectores minoritarios de su país y todos aquellos que, en diferentes partes del mundo, piensan que el Estado se debe ocupar estrictamente de mantener las cuentas equilibradas, sin que sea su oficio velar por aquellos que vayan quedando por fuera de las oportunidades de bienestar.