En ejercicio del poder ciudadano

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



A pesar de la degradación de nuestros procesos electorales, y justamente para contrarrestarla, hay que insistir en el llamado a usar lo mejor que se pueda la cuota de poder que corresponde a cada ciudadano.

 

La elección popular de alcaldes se convirtió en ilusión nacional en los sectores democráticos del país a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, sin perjuicio de que al mismo tiempo la idea haya sido vista como aparición del demonio para quienes han tenido miedo a las expresiones auténticas de la voluntad popular. Entonces pensábamos que, al permitir que los habitantes de cada municipio tuvieran la opción de escoger un programa, y elegir como alcalde a quien lo liderara, la democracia colombiana aterrizaría por fin en los barrios y las veredas, de manera que nuestra cacareada tradición democrática tendría fundamento real. En medio de similar euforia la Constitución de 1991 agregó a nuestras instituciones la elección popular de gobernadores.

Ciertamente, dentro de los cálculos del futuro del proceso político que se desataba, figuraba la posibilidad de que en uno u otro lugar los electores se equivocaran a la hora de elegir a una u otra persona. Pero confiábamos en que, después de una o dos equivocaciones, la conciencia colectiva a favor del bien común saldría a flote y en cada municipio del país terminaría por imponerse la sabiduría popular capaz de llevar al gobierno a los mejores representantes del interés general. Esta es la hora de reconocer que la experiencia ha venido a refutar, en proporciones preocupantes, los cálculos alegres del momento de la adopción de nuestro esquema participativo de ejercicio de la democracia local. Porque es evidente que la clase política tradicional, que ve en las elecciones, en el ejercicio de los cargos y en la adjudicación de contratos, una forma de vida y de enriquecimiento a costa del erario, ha demostrado una extraordinaria capacidad de acomodarse a la forma del recipiente en el que sea preciso actuar. Así lo confirman las noticias alarmantes de cada día, con motivo de la campaña que terminará el próximo domingo 25 de octubre. Así lo denuncian numerosos comentaristas de la vida nacional, que refieren la lista, indeseable, de amenazados y muertos, detenidos y pillados en la realización de trampas para conseguir resultados ajenos a la verdadera voluntad ciudadana. Así se puede deducir de la feria postiza de "acuerdos programáticos" que todo lo que denotan es una total falta de escrúpulos en el ejercicio de la política.

De todo lo anterior lo más preocupante es que, con el canto de fondo de un corito de miopes que considera que nuestra democracia es perfecta, las nuevas generaciones de colombianos que llegan a la edad de votar tienen como referente único el espectáculo de los últimos años, iluminado con el ejemplo de quienes no muestran asomo de vergüenza para acomodar las instituciones a su interés, mentir al servicio de sus "verdades", traicionarse y traicionar a sus amigos sin rubor, y manifestarse sobre los asuntos más delicados de la nación a través de textos de menos de 140 caracteres, llenos de abreviaturas y ausentes de contexto de interpretación.

Mientras ese desfile pasa triunfante e impune, hay toda una Colombia dormida, ajena o incrédula que no participa en las elecciones, como si no tuviera confianza en el proceso electoral, tal vez porque presiente que la cuota de un solo voto no va a marcar ninguna diferencia en el resultado final de unas elecciones locales atravesadas por el proceso de paz y por la apoteosis de encuestas que, al menos en las grandes ciudades, simulan una carrera que va relegando a lugares postreros a unos candidatos, de manera que aparentemente no valdría ya la pena votar por los que según esos datos no tienen opción de ganar. De manera que muchos de los que votan lo hacen afectados por el virus político del "voto útil", que obedece a la idea de que no es bueno quedar por fuera del equipo ganador, en cuyas manos quedan las llaves de los contratos y de los puestos.

Si el país quiere avanzar hacia una democracia profunda, con raíces en la realidad de cada municipio, desde la capital de la República hasta la más aislada de las aldeas, cada ciudadano debe recordar, a lo largo de esta semana, que tiene en sus manos una cuota de poder. Y sin perjuicio de lo que las campañas prediquen o los manipuladores de la opinión traten de obtener, debe darle una mirada a las propuestas de los candidatos y manifestarse a favor de la que crea más conveniente para el bien colectivo, que en este caso debe atender tanto al progreso del municipio y de la región, como a la forma en la que la paz se ha de aclimatar a la realidad de cada sección del territorio nacional. Si nada le gusta, puede votar en blanco, que es otra forma de manifestar voluntad política. Pero deberá recordar que lo que menos le conviene, y lo que menos le conviene al país, es dejar de ejercer esa cuota sagrada de poder que forma parte de sus derechos y también de sus obligaciones. Por eso deberá votar exclusivamente conforme a su conciencia, con la voluntad de contribuir al bien su municipio, y al de la nación.



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