Colombia-nada

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



La adjudicación del Premio Nobel de Paz tiene que ver con una materia que le interesa a todo el mundo, porque la ilusión de vivir en paz se abre paso en medio de la persistencia de las peores manifestaciones de la especie humana, presentes hoy en tantos lugares de un mundo confuso, desigual, angustiado y sin cabezas confiables.

 

De alguna manera el anhelo de la paz es uno de los denominadores comunes de esa emergente ciudadanía mundial que no acepta fronteras y todo lo que quiere es tratar de cada quien pueda ser feliz, por encima de las veleidades de los políticos.

En medio de la expectativa general, alimentada por la especulación de los medios sobre los posibles ganadores, la adjudicación del Premio es, como toda obra humana, objeto de aplausos y reproches, porque unos u otros ven en cada decisión aciertos o equivocaciones. Algunas veces el aplauso es generalizado, como en el caso de Mandela o de Malala.

En otros casos no se entiende, como cuando se lo dan a alguien más para estimularlo que para reconocerle su tarea, para saber que después sigue tirando bombas o apenas firmando tratados.

Lo cierto es que, en un u otra parte del mundo, el Premio produce expectativas, ilusiones, satisfacciones y desencantos. Surgen candidatos obvios. Los de los grandes hechos. También surgen candidatos extraños, que son los artífices de arreglos de paz no tan publicitados o de menor espectro. Cada quien tiene de pronto su campeón, a quien quisiera ver laureado. Y eso no está mal, porque de alguna manera constituye propaganda para la causa de la paz, que cada uno interpreta a su manera.

Así, en cada país en conflicto surge la ilusión de que cualquier gesto de paz, y en muchos casos cualquier pronunciamiento en favor de la paz, ya vuelve candidatos a los jefes locales, a quienes unos cuantos ponen a soñar, como corresponde a uno de los rituales propios de este mundo que concede a las apariencias un lugar tan alto en el orden de las satisfacciones.

Rara vez el Comité de Oslo reconoce obviedades y de pronto descubre más bien por allá algún hecho valioso de paz, no muy publicitado, y lo pone como ejemplo ante el mundo. Tal vez eso es lo que ha sucedido este año, porque mientras los candidatos eran la Canciller alemana, el Papa Francisco y los signatarios del acuerdo de contención del desarrollo nuclear iraní, el premio fue a dar al norte de África, donde un grupo pequeño de personas, en principio no muy afines entre ellas, supieron evitar que la "primavera árabe", que comenzó en su país, Túnez, terminara en el baño de sangre, el desorden o el retorno brutal al autoritarismo, como sucedió en otras partes

Además del logro anterior, que no es poca cosa, la gran lección de los ganadores del Premio Nobel de la Paz en 2015 es la de los miembros del grupo fueron, primero que todo, capaces de reconciliarse entre ellos. Su primer gesto de paz fue el de allanar sus diferencias, para dar ejemplo de paz y tener autoridad para orientar a los demás miembros de una sociedad dividida, dentro de la cual había por supuesto incrédulos y detractores. Todos ellos merecedores de la redención y no del menosprecio.

El proceso de paz colombiano figuraba en algunas listas de candidatos, sobre todo en las nuestras, y hubo quienes no ahorraron esfuerzos para "hacerle ambiente" a la idea de que seríamos competidores muy fuertes y merecedores del galardón. Se trataba de un anhelo entendible, porque en todo caso el esfuerzo por la paz, luego de una guerra de medio siglo, que a su vez es la etapa más reciente de otras muchas, no puede ser menospreciado.

No obstante, todo parece indicar que los afanes resultaron prematuros, porque el Premio se merece con los hechos y no solamente con los anuncios. Por eso, de poco parece haber servido, ante los ojos de Oslo, la coincidencia de que, en los días culminantes de la expectativa local e internacional por el veredicto, se tomara en La Habana una foto al tiempo que se anunciaba un acuerdo que en todo caso aún no se podía dar a conocer. Demostración elemental de que no se había concluido, es decir de que no era todavía un acuerdo. Tampoco sirvió la coincidencia del anuncio que se hizo desde la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el sentido de que la paz estaba a la vuelta de la esquina.

Ojalá se hubiera podido anunciar y publicar el texto de un acuerdo de paz en Colombia. Y ojalá se doble cuanto antes la esquina y queden atrás la guerra y las posiciones internas que parecerían irreconciliables. Entretanto los anuncios hechos hace unos días sólo produjeron ilusiones aquí, donde lo que vale son los anuncios y las palabras, mientras que en el mundo de verdad, a la luz de la mirada de la sociedad internacional, lo que vale son los hechos. De manera que por ahora todo fue aparentemente una colombianada, es decir Colombia-nada...

Para que aquí haya paz, y para que alguien se gane el Premio Nobel, no será jamás suficiente que se firmen papeles. El galardón se lo merecerá no necesariamente quien firme un contrato de propósito de paz sino quien, o quienes, ejerzan el liderazgo positivo que lo convierta en realidad. Quien, o quienes, sean capaces primero que todo de reconciliarse con sus peores enemigos y, fundamentalmente, quienes sean capaces de producir, a la hora de los hechos de la vida cotidiana, un clima generalizado de paz, que se sienta por todos y que a todos beneficie.



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