Perdón: palabra sin sentido

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Las palabras, como todas las cosas, se gastan. Pasan por fases en las cuales van recogiendo significados de acuerdo con las épocas, las costumbres y las comunidades que las utilizan. En vísperas de su desaparición llegan a convertirse en arcaísmos; en ese período se las menciona pero es necesario aclarar sus acepciones debido a que los hablantes no encuentran elementos referentes que las conecten con la realidad actual.

 

Parece que con el tiempo ese fenómeno afectará a la palabra 'perdón'. Las causas del deterioro de la palabra perdón son diversas. Por ejemplo,   muchos periodistas, faltos de los recursos que deberían manejar en razón de su oficio, preguntan a los delincuentes si están arrepentidos por haber cometido determinado delito.

Esos malhechores, que en el fondo son consumados actores, aprovechan para pedir perdón frente a la prensa, y mucho mejor lo hacen si las cámaras de la televisión los están enfocando. Nos hemos acostumbrado a contemplar el desfile de políticos sin vergüenza (o simplemente 'sinvergüenzas', aunque se entienda como un pleonasmo), de narcotraficantes inescrupulosos, de guerrilleros falsamente compungidos, de paramilitares asesinos y de legiones de delincuentes comunes que consideran saldadas sus cuentas con la sociedad por el solo hecho de expresar su 'arrepentimiento'.

 También son los periodistas quienes insisten ante las víctimas para conseguir que acepten perdonar a sus victimarios. Como si una madre --ante el asesino que la ha dejado viuda, sin hijos y sin vivienda-- pudiese aceptar que no ha pasado nada. "¿Usted lo perdona, señora?". Pregunta estúpida que escuchamos con mucha frecuencia. Y aunque la respuesta sea "sí", sabemos que no, que no lo va a perdonar. La muerte de un niño de nueve meses, a manos de su padre biológico, es un caso que ilustra las situaciones que estamos exponiendo.

Tirar a una criatura desde un vehículo a un basurero no es un acto que merezca siquiera la posibilidad de un juicio. La solicitud de perdón abre una primera puerta al delincuente; con ella admite la comisión del delito que se le imputa y en seguida aceptamos que se acoge a sentencia anticipada, lo cual significa una rebaja sustancial de la pena.

 Es decir, la comunidad debe entender que el delincuente tiene la intención de no hacerle perder tiempo a las autoridades y eso, para los jueces, es un gran favor que la 'mansa palomita' le hace a la rama judicial y, por ende, a la sociedad.

 Pedir perdón --y si es posible, dejar escapar un par de lagrimones-- está de moda. Si el delincuente, por su duro carácter demora en expresar su arrepentimiento, sus abogados defensores lo convencerán de que el primer 'round' hay que ganarlo con una representación dramática que no le cuesta mucho y en cambio puede inclinar bastante la balanza, por lo menos entre los oyentes, lectores y televidentes que lo observen cuando patéticamente comience su sainete con las consabidas palabras: "pido perdón a las víctimas que haya podido causar, a la sociedad y a mi familia…"  Aún tenemos en la mente la fotografía en la cual un coronel de la República pide perdón a una señora por haberle asesinado a su único hijo. La humilde mujer lo mira a los ojos y le responde: "No, yo no lo perdono. Que lo perdone Dios".

Conclusión: la palabra perdón ha perdido su eficacia, su contenido semántico y solo es una forma lingüística vacía. De ella abusa el victimario para aliviar su conciencia. Pero la madre citada no llena con ese término su inmenso vacío irreparable.



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