¿Qué tan cerca está la paz?

Columnas de Opinión
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Leía recientemente un artículo de Piedad Bonnett titulado "inequidades", donde hace una radiografía, con cifras, de lo que ya sabemos en nuestro medio: nuestra brecha de desigualdad es abismal. Piedad comienza haciendo alusión a otro artículo que leyó en Febrero, en el que se hacía una comparación entre el sueldo actual de James Rodríguez y el de un colombiano condenado a vivir con un salario mínimo, $644,350 para ser exactos.


De la comparación, resulta que a un colombiano con salario mínimo le tomaría 1,440 años de trabajo ganar en un año lo que factura James, comparación absurda por lo demás, si se tiene en cuenta que la esperanza de vida en Colombia oscila entre los 79 años, lo que quiere decir que se necesitarían 18 vidas trabajando desde el nacimiento hasta la muerte para poder llegar a ello.
Y aun así, pese a que el mundo del espectáculo desborda, por lo que no podría ser una comparación muy lúcida, si se mira el salario de una persona que devenga el mínimo, al lado del de un congresista, o el presidente de una gran empresa, la desproporción sigue siendo absurda, pues, dependiendo si se trata de un congresista o el presidente de una empresa de peso, la proporción está entre 39 y 100 veces más, pues, el presidente de una gran compañía puede ganar, tranquilamente, entre 50 y 70 millones de pesos mensuales.
Pero es entendible, también, pues un cargo de presidencia requiere mucha más preparación, tanto académica como laboral, además de una gran responsabilidad, lo que, en alguna medida, justificaría el sueldo. Y sin embargo, podría mirarse con más detalle ese punto, pues, la desigualdad comienza desde el momento mismo en el que unos tienen acceso a educación de calidad, mientras que otros no.
Y en medio de todo, cuando las cifras nos van mostrando cómo es que se ve esa desigualdad desde las desproporciones, la guerra viene siendo, muchas veces, una lectura más dentro de todo este panorama, pues, justicia no es solamente que quienes cometan fechorías paguen con cárcel; la justicia también se traduce en las condiciones sociales y en las oportunidades que una sociedad tiene para surgir.
Y si miramos un poco más allá, a la hora de la verdad, si se tiene en cuenta la tasa de desocupación y subempleo de nuestro país, tendríamos que decir, para mayor colmo, que esos que devengan el mínimo, lejos de ser los hijos de infortunio, son unos afortunados en nuestro medio. Y si agravamos un poco más la cosa, los jóvenes, dentro de esa población de desempleados, ocupan un lugar importante.
La falta de oportunidades, aunada a la pobreza, la ausencia de educación y otros elementos, ha demostrado ser una de las principales generadoras y reproductoras de violencia en nuestra sociedad. Sin embargo, cabe aclarar que no basta ser pobre para hablar de delincuencia, pues, lo uno no implica lo otro, y no se puede tachar de esa manera a los miles y miles que, honradamente, salen adelante en medio de las necesidades y las carencias económicas. No obstante, tampoco se puede desconocer que la falta de oportunidades ha arrastrado a más de uno a ese submundo del que muchas veces quedan atrapados, y en el que casi siempre se termina sin punto de retorno. En muchas lecturas, de esas que desnudan la radiografía del conflicto, se ha evidenciado que más de un joven ha terminado empuñando las armas luego de haber estado en un limbo, "buscando que hacer". Quizás, una de las radiografías más descarnadas sobre este punto, es "no nacimos pa´ semilla", libro que devela esa sociedad medellinense de los años 90, detrás de la pluma de Alonso Salazar, quien ha dedicado su vida a estudiar las problemáticas sociales, y las dinámicas de guerra que se han tejido en nuestro medio. De otro lado, las confesiones realizadas por los captores de los secuestrados que protagonizan "noticia de un secuestro", de Gabriel García Márquez, que se basa en hechos reales, en los secuestros de Maruja Pachón, Francisco Santos, y en medio de los cuales murió Diana Turbay, la hija del expresidente, develan también ese escenario desolación en el que muchos jóvenes terminan involucrados en la delincuencia, de cuenta de algún "trabajito" que aceptan en el barrio, el ingreso a un mundo del que quedan atrapados después. Por ello, cuando por estos días tanto se habla de paz, lo primero que debe empezar a plantearse este país, más allá de la letra con la que se suscriban los acuerdos Gobierno-Farc, es la manera en que va a redireccionar la agenda social, las oportunidades, la educación, la juventud, la infancia… pues, mientras subsistan las condiciones que generen guerra, difícilmente habrá paz.