La aventura de un gobierno minoritario

Editorial
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Cuando un gobierno carece de mayoría en el legislativo, cambia el balance del poder. Las fuerzas políticas presentes en el parlamento se benefician del desplazamiento de la capacidad de maniobra en su favor. En la lógica del sistema democrático, el ejecutivo ya no es tan fuerte. El gobernante tiene que negociar cada línea de sus propuestas legislativas con otras fuerzas de la representación popular. Las ilusiones de los votantes respecto de su presidente se ven mermadas. Se aumenta la complejidad de las decisiones de estado, pero terminan por ser mejor elaboradas, fruto de una más completa discusión.

Todo lo anterior puede hacer las cosas difíciles para los actores de la vida pública, pero resulta bueno para la democracia, porque los procesos se dan de manera más cercana a la configuración verdadera del espectro político. Cuando la abstención ha sido grande, queda por verse lo que piensen y hagan aquellos que no han participado en las elecciones pero siguen desde sus propias actividades ayudando a darle tono, aún involuntariamente, a la vida nacional.

Francia vivirá esa experiencia en los próximos años. Después de las elecciones del 19 de junio, el presidente no contará con mayoría propia para hacer pasar sus proyectos en el legislativo. Su partido no la pudo conseguir en unas elecciones parlamentarias que fueron interpretadas como la “tercera vuelta de la elección presidencial”. Elegido por votantes que lo apoyaron básicamente para no hacerlo en favor de su oponente, de menor peso intelectual y con un programa basado en emociones, deberá pasar el contenido de cada proyecto por el filtro de fuerzas que no piensan como él.

El jefe del estado deberá presidir una nación fragmentada en la opinión pública y en la representación parlamentaria, sin que nadie pueda ostentar mayoría para darle forma por su cuenta a ningún proyecto político. Lo cual no significa que sea imposible gobernar. Sólo que exige una permanente negociación, tramitada a través de un diálogo fluido que eleva para todas las partes la exigencia de claridad y precisión, al tiempo que obliga a agudizar la imaginación y poner a prueba la flexibilidad en busca del bien colectivo.

Bajo el sistema francés existe la figura de jefe de gobierno separada de la de presidente, con lo cual las cosas se hacen más fáciles, pues el primer ministro es un fusible, pero también más complicadas, pues una mayoría parlamentaria contraria al presidente conduce a la famosa cohabitación, que implica una pseudo fusión de programas, uno con cabeza en el palacio presidencial y otro en el del primer ministro, que es quien debe contar directamente con el apoyo parlamentario.

La situación pone a prueba el compromiso de cada quién con la democracia y la institucionalidad, sin que se puedan evitar comportamientos típicos de la clase política. La alianza de La Francia Insumisa con socialistas y verdes logró convertirse en la segunda agrupación parlamentaria después de la del presidente, pero sus miembros, por ahora, no se han podido poner de acuerdo para formar un grupo parlamentario, al tiempo que se desvanece su aspiración a ser llamada a gobernar. El antiguo Frente Nacional, ahora Agrupación Nacional, pasó de 8 a 89 curules, resultado extraordinario con el que desbanca a la derecha centrista tradicional y comienza a “des satanizar” en firme su condición de extrema indeseable. Los republicanos, liberales y moderados, perdieron representación y significación política. Entre todos ellos, el denominador común es que nadie desea hacer coalición con el partido del presidente. De manera que habrá que negociar proyecto por proyecto.

El presidente tiene la obligación política de presentar a su nación una versión renovada de sí mismo. Ya no podrá ser el gobernante olímpico, al que llamaban Júpiter, que desde la distancia y la altura de su oficina ordenaba lo que se debía hacer. Ahora le toca ejercer el arte del compromiso y evitar que se presente el escenario que él mismo quiso siempre evitar, que es el de un país desordenado en medio del desorden internacional. Todo esto cuando, ante el retiro de Ángela Merkel, aspira a llenar el vacío de liderazgo europeo que resulta indispensable dentro del contexto mundial.

El desplazamiento de poder hacia el legislativo, propio de los gobiernos minoritarios, coincide también con una buena dosis de renovación. Por ejemplo, una franco africana camarera de hotel, Rachel Keke, derrotó a un ex ministro del deporte y ha llegado a ocupar una curul, con la promesa de bailar en la Asamblea Nacional e invitar a sus antiguas colegas a mantener la confianza y jamás subestimarse. Caso de alto valor simbólico que permite demostrar las ventajas de las verdaderas opciones democráticas de participar en el gobierno de un país.

Nadie puede estar seguro de la ausencia de maniobras de guerrilla parlamentaria, porque es de la índole de la disputa política el entorpecer los procesos para frenar a los gobiernos. De ahí que sea tan importante la acción política ciudadana para exigir el ejercicio responsable de la representación en el parlamento, de manera que, lejos de mezquindades, el ejercicio del debate limpio y constructivo produzca decisiones legislativas más sabias, más ponderadas y mejor construidas, no como imposición de una mayoría aplastante sino como resultado de un diálogo de alto valor democrático. El mismo que necesitamos aquí.


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