Otra vez la mancha

Editorial
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A cada rato se dice que Europa no volverá a ser la misma. Siempre habrá razones para afirmarlo, y para creerlo. Así llevamos muchos siglos, y vuelve y juega ahora con el Brexit.

Por allá en medio de una campaña, para endulzar el oído de nacionalistas de provincia, el Primer Ministro David Cameron prometió someter a votación la posibilidad de que la Gran Bretaña se retirara de la Unión Europea. Cuando ya casi nadie se acordaba de eso, cumplió su promesa. Y aunque él mismo hizo campaña por la permanencia, la Gran Bretaña optó desde 2016 por la salida, en votación de resultado sorprendente y apretado, con el voto desfavorable de Londres y Escocia, después de una campaña plagada de interferencias, argumentos acomodaticios y mentiras explícitas.

El gobierno cayó al día siguiente.
Las nuevas reglas de las relaciones británicas con la Unión fueron objeto de todo tipo de discusiones a lo largo de lo últimos años. Al finalizar 2020 se vencía el plazo para celebrar un acuerdo, o dejar hacia el futuro las cosas sueltas. Theresa May, miembro del gabinete de Cameron y fervorosa defensora de la permanencia, se convirtió en Primera Ministra y campeona, fracasada, de la separación, bajo un nuevo modelo de relación con el resto de Europa. Boris Johnson, también europeísta entusiasta de otra época, maniobrero genial y dotado de encanto extravagante, llegó a Primer Ministro con apoyo inusitado, jugó a la política dentro y fuera de las fronteras del Reino, y en últimas terminó por celebrar un acuerdo que le pone un poco de orden a las relaciones futuras con sus vecinos del otro lado del Canal de La Mancha.

Como en nuevo capítulo de su obra de teatro, el Primer Ministro proclamó haber conseguido el mejor acuerdo posible. Reclamo que también hizo su contraparte continental, Ursula von der Leyen, Presidente de la Comisión Europea, ambos en ejercicio de ese ritual destinado a convencer, cada uno a su propia gente, de que las gestiones internacionales han sido victorias contundentes y éxitos nunca vistos, como los de antiguas expediciones.

Bajo el nuevo esquema, ya no será posible la libertad de trabajar o vivir indistintamente en territorio británico o continental, pues regresa el sistema de visados. Los bienes de una y otra procedencia serán revisados por las aduanas, como hace medio siglo, y la burocracia se interpondrá en la fluidez de los procesos. La pesca ha sido factor fundamental del acuerdo, no necesariamente por su peso económico sino por su valor simbólico desde el punto de vista de tradiciones y soberanía.

Con su ánimo de emular a los grandes gobernantes británicos de otras épocas, Boris Johnson, que parece soñar con las viejas glorias del Imperio Británico, buscaría tejer nuevas redes que, ahora sin las limitaciones “europeas”, le permitan al Reino Unido liderar algún grupo en el mundo y beneficiarse de acuerdos con sus antiguas colonias, comenzando por los Estados Unidos. La experiencia de una visión universal, y el músculo de un poderoso sector financiero, le facilitarán, entre otros, elementos nuevos de negociación. Y el espectro se ampliaría con la India, Australia y demás antiguos dominios en Asia, África y Oceanía. Sueño profundo y difícil de realizar en el mundo del Siglo XXI, dentro del cual las antiguas colonias tienen sus propias metas, relaciones, intereses y entendederas.

Bajo el impacto de todos estos procesos, Europa sigue siendo el continente que con más frecuencia cambia de forma, como si ello fuese parte de un destino inescapable. Así que todos aquellos que, desde fundaciones y embajadas europeas, critican cariñosamente nuestros desvaríos, opinan sobre nuestros defectos y nos dan consejos con carita da asepsia, provienen de esa saga de cambio permanente e imprevisible, y de problemas para los cuáles ellos mismos no han encontrado jamás solución.

Curiosamente eso no les quita, sino que les confiere cierta autoridad, pues de algo les habrá servido la experiencia de más de un milenio tratando de acomodarse para convivir, ahora con la admirable construcción política a institucional que representa la Unión Europea, después de haber protagonizado incontables hechos de violencia de todo tipo, que ni siquiera culminaron con dos mortíferas guerras mundiales. También los acredita, hay que reconocerlo, su búsqueda permanente de mejores formas de libertad y democracia, así como de nuevas fronteras culturales que en realidad forman parte de nuestra herencia más profunda. Por eso una vez más, cuando la mancha de la desunión europea vuelve a aparecer sobre el canal de La Mancha, nos debemos aprestar a presenciar nuevos desarrollos, que esperamos sean positivos, pues traerán consecuencias para el resto del mundo.


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