Cuando el sol se pone sobre la Bahía de Santa Marta, la ciudad dos veces santa se transforma en un cuadro vibrante de naranja y dorado.
El atardecer baña el cielo en un cálido resplandor, mientras el mar se viste de un amarillo radiante, reflejo de los últimos rayos solares.
Este espectáculo natural no solo embellece el horizonte, sino que también enciende un profundo sentido de pertenencia en el corazón de los samarios. Cada color en el cielo y cada ola que besa la orilla parecen contar la historia de una ciudad que, más allá de su belleza, es el hogar y el orgullo de quienes la aman.
En este mágico momento del día, Santa Marta se revela como un símbolo de identidad y amor, donde el sentido de pertenencia de sus habitantes se entrelaza con la grandeza del paisaje.
En la quietud del atardecer, los samarios encuentran en cada reflejo y en cada color una reafirmación de su vínculo eterno con su tierra.
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