La cuarta dimensión

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Escrito por:

Fuad Chacón Tapias

Fuad Chacón Tapias

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com



 


Conforme van pasando los años voy acentuando mis indemostrables convicciones de que uno de los rasgos más significativos de la literatura es la capacidad de abstracción que emana de ella. Ésta funciona a manera de vórtice gravitacional, su origen puede localizarse en el epicentro mismo de la vorágine de letras dispuestas por el autor y gana momentum conforme éstas van arremolinándose, cada vez a mayor velocidad, en la mente del lector. Este torbellino intangible en el que muchos nos perdemos con gusto es el culpable de que, al sumergirnos en un buen libro, perdamos la noción del tiempo hasta flanquear como intrusos los linderos de la madrugada, pasemos por alto la estación en la que debíamos apearnos del tren o no hagamos caso cuando alguien nos llama por nuestro nombre en alguna sala de espera.

Aun cuando podríamos ilustrar esta anomalía fenomenológica en un plano cartesiano, encontrando, por supuesto, las medidas de longitud y altura en la materialidad propia del libro que estamos leyendo y calculando el vector de profundidad del contenido narrativo de éste, para obtener una experiencia literaria completamente envolvente todavía nos haría falta introducir una variante adicional, una capaz de insonorizar el mundanal ruido a nuestro alrededor y acallar cualquiera cosa distinta a nuestra voz interior. Esa cuarta dimensión es, como no podría ser otra, la música y su implementación en los hábitos de lectura es un complemento tremendamente enriquecedor que recomiendo con urgencia para todos aquellos que aún no lo hayan probado.

Por suerte, vivimos en la era de las listas de reproducción y, por ende, no es en absoluto difícil encontrar en Spotify alguna selección metódica que encaje con el libro que tengamos en turno de guardia. Una cosa es leer la saga de Millennium con los sonidos de la calle y otra muy diferente hacerlo con el beat electrónico de la playlist “the girl with the dragon tattoo” que nos transporta al Estocolmo subterráneo tras los pasos de Lisbeth Salander. Bien podríamos disfrutar en silencio con el viaje de “La Ladrona de Fruta” de Peter Handke (Nobel 2019) a través de la campiña francesa, pero no viene mal tampoco acompañarlo de los acordes rurales de la playlist “French county”. La exquisitez de “Los Errantes” de Olga Tokarczuk (Nobel 2018) se deleita por sí sola, pero por qué deberíamos privarnos de las inescrutables letras en polaco de la playlist “Alternatywna Polska” retumbando de fondo en nuestras cabezas.

Aunque mejores aún son aquellas ocasiones en las que el mismísimo escritor, pretendiendo alcanzar un estado de conexión adicional con su lector, deja esbozado en su texto las partituras con las que desea unir el abismo que se cierne entre sus letras y la cuarta dimensión. Un recurso sensorial de inexpugnable creatividad e inapelable intimidad que expone las vulnerabilidades melómanas del autor y que tiene al eterno candidato Haruki Murakami como uno de sus máximos exponentes, al punto que el jazz y los Beatles se han condensado como elementos esenciales de su obra y banda sonora oficial de la fuerza gravitatoria que nos hala hacia su literatura.



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