De “La vorágine” y “El sueño del celta”

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Debería existir un pacto o algo parecido, que establezca un nexo permanente entre los docentes y quienes han sido sus alumnos en diferentes épocas. De esa manera, en cualquier momento los temas que una vez se trataron en el aula podrían actualizarse y enriquecerse cuando las circunstancias lo permitan. Esta reflexión se nos ocurre ante la pregunta que un estudiante nos formuló en la calle: él había leído la novela “El sueño del celta”, de Mario Vargas Llosa, y recordó el análisis que muchos años atrás habíamos aplicado a “La vorágine”, del autor colombiano José Eustasio Rivera. Estas dos obras se clasifican como novelas telúricas o de la tierra. Sin embargo, sería preferible situarlas entre las de denuncia social.

Mario Vargas Llosa, escritor peruano ganador del Premio Nobel del año 2010, es autor de la famosa novela “La ciudad y los perros”. Otras obras suyas son: “Conversación en la catedral”, “Historia de un deicidio”, “La guerra del fin del mundo”, “Pantaleón y las visitadoras”, y “La civilización del espectáculo”, entre otras.

“El sueño del celta” es el resultado de incansables indagaciones sobre un tema que siempre ha rondado la mente de Vargas Llosa. No en vano fue el Perú, como Colombia, escenario de la explotación del caucho en Sudamérica. Los atropellos, vejaciones y asesinatos sobre los cuales floreció la industria cauchera, necesitaban una voz autorizada que trajera al presente tanta ignominia. Apareció, pues, Vargas Llosa con un testimonio sustentado en sesuda investigación: “El sueño del celta”. Ya habíamos leído “La vorágine”, de Rivera, y en compañía de Arturo Cova y de Alicia, fuimos capaces de recorrer la casi impenetrable manigua hasta cuando, según la frase final de esta conocida novela, “se los tragó la selva”.

La novela de Rivera nos da a conocer la rudeza de un inhóspito territorio, que nos embruja y nos deja absortos. Por su parte, Vargas Llosa va más allá. El personaje central es Roger Casement, nacido en Dublín, Irlanda, en 1864. Aunque es necesario leer la obra para comprenderla a cabalidad, en una breve alusión a la misma debemos destacar la forma como Casement relata sus experiencias en el Congo Belga, donde se desempeñó como cónsul británico encargado de rendir informes sobre lo que ocurría en esa posesión belga. Su espíritu aventurero y su extremada juventud por esos años, no le impidieron consignar en sus datos las atrocidades cometidas contra los africanos con el propósito de abrir las rutas del caucho para el reino de Bélgica.

Después de su período en el Congo, Casement ofició como cónsul en Iquitos y encontró allí horrores semejantes a los comprobados en el Congo. La Casa Arana, mencionada en ‘La vorágine’, era dueña de vidas y haciendas. Julio César Arana, “Rey del caucho en el Putumayo”, ejercía su poder económico desde sus oficinas en Londres y solo después de innumerables denuncias y juicios internacionales, pudo notarse alguna mejoría en las caucherías americanas y africanas.

La Casa Arana, muy conocida por su frecuente mención en crucigramas, queda retratada de cuerpo completo en esta novela de Vargas Llosa. Y aunque el autor es literato y profesor universitario de literatura, su narración no se queda en descripciones paisajísticas –que las tiene– de los extensos territorios conquistados en el Congo por exploradores como Henry Morton Stanley, fundador de Leopolville. “El sueño del celta” denuncia sin tapujos. Ni siquiera el rey Leopoldo II de Bélgica, escapa a Casement, cuando de señalar responsables se trata.
El mérito de Vargas Llosa consiste en seguir los pasos de Roger Casement tanto en África como en tierras amazónicas, y en consultar documentos para sustentar un extenso relato que no se queda en la ficción y pasa a ser, dolorosamente, parte de la historia negra de la humanidad.


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