Estampas de la Santa Marta antigua

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Santa Marta era muy distinta, decíamos la semana pasada. Y claro que lo era. Tanto ha cambiado nuestra ciudad que podríamos escribir un libro sobre costumbres desaparecidas hoy día y dejaríamos numerosos temas por fuera. El recuerdo de los cines, por ejemplo, sería suficiente para narrar anécdotas alrededor de estos espacios de esparcimiento popular.

Y no sería obligación hablar siempre de actores y actrices que se volvieron familiares a nuestros ojos en la pantalla grande, pues al margen de esos protagonistas derivaron el sustento diario muchas personas anónimas, marginadas del éxito que brindaba el cine y que nunca fueron elogiadas por su modesta labor.

Es el caso de los señores encargados de escribir con agua y polvillo de color la programación diaria de los cines de la ciudad. En 'La Morita' para citar solo un caso, la gente se deleitaba en la contemplación y admiración del trabajo de un señor que comenzaba los carteles siempre de la misma forma: en las esquinas superiores escribía, con mayúsculas, la palabra Hoy; entre una y otra consignaba cine la morita. Un equipo de niños y jóvenes se encargaba de recostar esos avisos en postes e hidrantes de la ciudad, actividad recompensada con la entrada gratis al espectáculo de esa noche.

Pero cada cine tenía sus propios personajes claves. En el 'Cine Variedades' reinaba un señor de apellido Mercado. Se encargaba de la portería del cine por la calle 11 (Cangrejal) y puede afirmarse que "conocía a todo el mundo". Muchos amantes del séptimo arte --como se le considera al cine--, aparecían por ese local alrededor de las diez de la noche con el deseo de entrar a la segunda película de la función 'nocturna'. No les interesaba la 'vespertina'. Para lograr su propósito compraban una arepa asada, con abundante queso, que vendían en la calle, frente a la entrada del cine.

De esa manera pretendían engañar al señor Mercado haciéndole creer que habían salido en el intermedio, cuando en verdad acababan de llegar desde sus respectivas casas. Pero el portero conocía a todo el mundo y con energía solo espetaba: "Tú no estabas adentro", y procedía a bloquear la entrada al avivato de turno. Cuando se trataba de un niño, el señor Mercado le decía lo mismo pero además lo tomaba por una oreja y lo ponía de patitas en el andén.

En otro cine de la ciudad el portero era un conocido boxeador profesional. Allí no había intento de fraude al pasar por el control. Pero los porteros no estaban exentos de sufrir las agresiones y embates del público cuando los más osados decidían entrar a la brava a su espectáculo preferido. A veces lanzaban 'paracos' (avisperos o casas de avispas, hay que aclarar en estos tiempos post Uribe) contra los porteros y aprovechaban la confusión para entrar a la sala de cine sin pagar la boleta.

Cada cine tenía sus propias características, pero en todos siempre fueron comunes los gritos destemplados de los espectadores contra los administradores y el encargado del proyector cuando la cinta se reventaba y aparecían unos números al revés. En seguida se precipitaba la palabra FIN, cuando la película era en español, y comenzaba la destrucción de la silletería. Por fuerza de la costumbre aprendimos que con las palabras "The end" terminaban las películas narradas en inglés. Son épocas que pasaron al olvido, porque ahora… Santa Marta es distinta.