Colombia tiene ángel en su historia. Una facultad extraña aunque muy oportuna para que en medio de sus horas más oscuras siempre suceda algo que ayude a liberar la tensión que se
acumula en las esquinas de sus pueblos y ciudades. Ha venido ocurriendo así una y otra vez, no importa qué tan turbio se vea el mañana algún evento está en la lista de espera de los días para romper las tinieblas y devolvernos la fe en medio de un país que a ratos nos quita la esperanza y nos desinfla la ilusión. Quizás este sea el mecanismo de defensa que nuestra tierra ha desarrollado para que podamos sobrellevar nuestras desgracias nacionales.
Esta semana aconteció otra de esas uniones cósmicas que nos permitieron respirar con orgullo cuando el porvenir se tornaba incierto. Tras unos cuantos meses frenéticos y convulsionados donde las emisiones de noticias y los titulares de los diferentes periódicos se convertían en el caldero hirviente de los rencores políticos de nuestro país, apareció un ejército de valientes colombianos que a punta de pedales le aguó la fiesta a los titanes europeos en las montañas italianas. La hazaña es épica desde cualquier perspectiva, un hombre de Cómbita y otro de Urrao, dos parajes tan remotos como olvidados, fueron armados de sueños hasta aquellas extrañas latitudes y demostraron por qué son los mejores del mundo.
Y no se hicieron esperar los oportunistas. Desde relevantes figuras de la política para abajo, muchos quisieron montarse en el bus de la victoria adjudicándose este triunfo ajeno. Nairo y Urán junto con sus respectivas escuadras técnicas son los únicos artífices de esta gloria que hoy nos desborda el corazón, ningún político tiene autoridad para usufructuar su sudor de forma tan descarada. Nuestros gobiernos, pasados y presentes, tienen a los deportistas acorralados por la desidia de sus políticas. Ellos sólo los recuerdan para tomarse la foto sonriente con el héroe de turno y prometerles casa, carro y beca, promesas que ya ni ellos esperan que se vuelvan realidad porque saben que nunca pasará.
Ahora viene otra dosis de anestesia a nuestros males: La selección Colombia hará su debut contra Grecia un día antes de las elecciones que le pondrán un punto final a la fétida campaña presidencial que nos ha tocado vivir. La guerra sucia trenzada entre los candidatos se verá amainada por los gritos de los goles, en una especie de desquite futbolístico que nos unirá en medio de tanta polarización. Para muchos este tipo de situaciones son cápsulas de opio que nos duermen frente a los verdaderos problemas que nos aquejan, yo pienso que son fugas necesarias de esta realidad que nos recuerdan que a pesar de todo tenemos lo que hace falta para ser un país mejor.
#Obiter Dictum: El reciente homenaje multitudinario a Rosa Elvira Cely llevado a cabo en el Parque Nacional nos recuerda con dolor que lamentablemente el espacio verde insigne de Bogotá sigue siendo una tierra de nadie donde los peligros acechan en cada árbol y la autoridad capitalina no existe.