¿En eso consiste nuestra felicidad?

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Para medir la felicidad tal vez haya especialistas. Los hay para todo. Existen profesionales que basan sus estudios en el comportamiento humano. Buscan y encuentran las causas o razones por las cuales actuamos de una u otra manera.

No hay que menospreciar los aportes que nos brindan para entendernos nosotros mismos y comprender a los demás en este inmenso "valle de lágrimas" integrado por la población mundial. Al margen, aclaro con presteza que la expresión "valle de lágrimas" no cabría en estas notas puesto que, según los estudiosos existen comunidades donde reina la felicidad.

Uno de esos conglomerados es el pueblo colombiano. Sin embargo, nos resistimos a aceptar lo que se pregona a nivel mundial: ¡Después de Vanuatu somos el país más feliz del universo! ¿Dónde queda ese lugar? Es un archipiélago de la Melanesia poblado apenas por un poco más de 200.000 habitantes. Antes se llamaba Nuevas Hébridas.

Según la calificación que nos endilgan en forma gratuita, deberíamos salir a pregonar nuestro subcampeonato en el 'ranking' imaginario de la felicidad. Nadie nos cuestionaría y el nombre de Colombia resonaría en todos los continentes al tiempo que generaría un deseo incontrolable de conocernos.

Los gobiernos nuestros podrían explotar este renglón o rubro para incrementar el turismo internacional con el señuelo de campos y ciudades apacibles en donde los visitantes 'recargarían sus baterías' para regresar a sus regiones de origen con la paz espiritual que solo en este paraíso podrían conseguir. Es, pues, una veta turística muy prometedora para la economía del país.

Parece que nuestra tozudez no nos deja disfrutar de la privilegiada clasificación que nos ha colocado en el segundo lugar entre los países más felices del mundo. Podríamos, incluso, indagar en donde sea necesario para ver si no es el primer puesto el que nos corresponde.

Tal vez haya ocurrido un error y en realidad seamos los líderes en esa apreciación y quieran escamotearnos la envidiable distinción. Si los que saben de eso dicen que somos felices, no hay manera de refutar sus afirmaciones. No es culpa de ellos que nosotros no alcancemos a darnos cuenta de nuestra prodigiosa condición.

Tal vez eso se deba a que el sonido de las armas en campos y ciudades es tan atronador que opaca el bullicio permanente de nuestras celebraciones interiores. No estaría de más invitar a quienes se han tomado la molestia de observarnos tan detalladamente para que comprueben in situ lo que afirman desde la distancia. Al final nos explicarían las razones por las cuales nos consideran felices.

Seriamente hablando: no confundamos la fugaz alegría que nos llega como ráfagas pasajeras, con la universal felicidad, desesperan-temente esquiva para nosotros. Basta ya de considerarnos subcampeones entre los países felices del mundo mientras nos rodea una pobreza que promete convertirse a corto plazo en miseria.

Si se puede considerar feliz a un pueblo en el que familias enteras han llegado a ingerir como parte de su alimentación caldo de papel periódico, entonces sí que merecemos el primer lugar en el podio. Si se puede ser feliz mientras se reclama por la desaparición forzada de un familiar sin tener siquiera ante quién acudir en busca de respuestas, entonces sí estamos en ese privilegiado lugar que tercamente nos dan en la escala de la felicidad.

Los profesionales de las encuestas, para medir la felicidad de los colombianos tal vez tuvieron en cuenta solo a quienes bailan en las terrazas de sus casas o en la tienda de la esquina al ritmo de un potente 'pick up' mientras engañan a su estómago hasta el día siguiente.

Dice la periodista Florence Thomas: "Un país que tiene que ingeniarse reinados, 'realities' y factores X para ocultar masacres, asesinatos, corrupción y pobreza, no puede ser un país feliz".

Ese comentario desvirtúa todo lo que ha servido de soporte para que se presente una visión paradisíaca en relación con la vida cotidiana en nuestro país. De los colombianos puede decirse que somos alegres pero no felices. Y para concluir estas notas con palabras de la misma periodista, citemos otra de sus apreciaciones:

"Creo más bien que lo que caracteriza a esta nación es una fuerza vital que le permite hacer frente a tantas adversidades, a tantas exclusiones seculares y a una precariedad consuetudinaria. ¡Alegres, sí; felices, imposible!"