Escrito por:
José Vanegas Mejía
Columna: Acotaciones de los Viernes
e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es
Hoy nadie piensa en los orígenes o en los precursores de inventos que rodean nuestro quehacer diario. Veo pasar frente a mí un automóvil ‘mayor de edad’; en la parte, frontal, más arriba de su vidrio panorámico ostenta una frase desafiante: ¡Yo también fui último modelo! No me sorprende su evidente altanería, pues en una ocasión observé un deteriorado Ford cuyo propietario, al adquirirlo, no dudó en llamar “Mi burbujita”, en desafío a los modernos vehículos que la empresa Toyota había puesto en circulación por esos años. Estas referencias me permiten hablar no solo del paso del tiempo, sino de los cambios que de manera inexorable ocurren mientras se pasa de lo antiguo a lo moderno. En este caso, de lo que en parte el cine debe a la fotografía.
Algunas vivencias personales me permitirán amenizar esta columna, que no tendrá profundidad ni rigor académico, pues solo se limita a seguir una afirmación de Rainer Maria Rilke (1875-1926), quien dice: “La verdadera patria de un hombre es la infancia”. Aquí comparto con mis lectores algunos hechos del pasado:
Con frecuencia aparecía un vehículo cerrado, con grandes avisos en los costados y un parlante encima para anunciar la efectividad de Mejoral para el alivio de todos los dolores (mejor mejora Mejoral, decía el lema) o de Sal de uvas Picot, o de Sal de frutas LUA. Por esos años, Mejoral no necesitaba propaganda, porque se usaba hasta para arrancar de raíz los callos de los pies. Las sales promocionadas por las camionetas mencionadas eran artículos obligados en los hogares, donde se los guardaba en frascos bocones, a disposición de toda la familia. Esos vehículos recorrían los barrios en busca de paredes más o menos blancas en donde poder proyectar películas que ya para esa época eran viejas. Sin embargo, los niños seguían detrás del ruidoso móvil que los conducía hasta la improvisada pantalla de turno.
No viene al caso describir la algarabía y el desorden de la chiquillada antes, durante y después de la proyección. Solo destaco el asombro que se reflejaba en los rostros infantiles frente al paso de una caravana perseguida por los indios en el Oeste, o de la captura, ¡por fin! del malo de la película. Como es fácil suponer, nadie pensaba en los procesos que debió sufrir el cine para llegar a ese estado de desarrollo; mucho menos comprendimos después cómo aparecieron el Technicolor y el Cinemascope.
El cine es un arte; el séptimo, para mayor precisión. Para que apareciera fue necesario que Joseph Nicéphore Niépce (1765-1833) inventara la fotografía, por el año 1826, más o menos. Eso prueba que un invento lleva al nacimiento de otros. Pensemos en la rueda, o en la pólvora, si nos quedaban dudas. Después de la fotografía hubo grandes inventos que se desarrollaron a lo largo del siglo XX: la radiofoto, la telefoto y la televisión son apenas unas pocas de sus derivaciones. Actualmente, admiramos los avances logrados por el cinematógrafo, llamado simplemente cine. No nos detenemos a pensar en su invención y primeros pasos, cuando los hermanos Auguste-Marie y Louis-Jean Lumière lograron recrear la realidad, tras arduos y agotadores intentos en la fábrica de su padre, Antoine. Corrían los años 1894 y 1895. Los dos inquietos franceses obtuvieron una sustancia gelatinosa compuesta con bromuro.
Con una rudimentaria caja de 20 centímetros de lado, lograron no solo imágenes tomadas de la realidad sino que fueron capaces de proyectarlas para dar la sensación de movimiento. El hecho ocurrió en Lyon, donde residían los Lumière, aunque habían nacido en Besançon. La primera película filmada por los hermanos Lumière muestra a los obreros de la fábrica en el momento de su salida; se conoce como ‘La sortie de l’usine Lumière à Lyon’ (‘La salida de la fábrica Lumière en Lyon’). De esos mismos días es ‘L’arrivée d’un train à la gare’ (‘La llegada de un tren a la estación’). Siguieron otras cortas secuencias, entre ellas ‘Le jardinier arroseur arrosé’ (‘El jardinero rociador rociado’), de carácter jocoso. Son escenas filmadas en 1895, presentadas en ‘El Gran Café’ por el precio de un franco. Una placa de mármol empotrada en el sitio donde funcionó ese modesto café, recuerda el nacimiento del cinematógrafo.
El 22 de marzo se cumplieron 129 años de ese acontecimiento, pionero del cine actual. Es una efemérides que debemos recordar los cinéfilos, por el legado de los hermanos Lumière. Pensemos que detrás de tanta maravilla tecnológica están los esforzados visionarios que hicieron posible el prodigio del séptimo arte.