El triunfo de la verdad, que generalmente acompaña las causas justas, se ha logrado pagando un alto precio, que no ha sido nada diferente a la sangre derramada por los mártires. La historia de la humanidad da constancia de que tener y predicar la verdad o luchar por una causa justa es generalmente insuficiente. Pareciera que el curso de la historia solo puede ser cambiado por el martirio de los justos; en otras palabras, sin martirio no hay redención.
Recordemos que cuando nuestro Señor Jesucristo fue crucificado, sus discípulos, menos uno, lo abandonaron. Fue así por falta de entendimiento y porque a pesar de haber compartido con Él, eran incapaces de entender la Verdad de la cual les hablaba. Hasta el último suspiro de Jesús, los discípulos esperaron al líder político y revolucionario que liberaría al pueblo judío del yugo romano; el mesías según la narrativa de las profecías antiguas.
Muchas cosas increíbles sucedieron para que los discípulos entendieran la Verdad por la cual nuestro Señor había ofrendado la vida, y una vez lograron ese entendimiento, ellos mismos abrazaron el martirio por vivir la Verdad y darla a conocer al nuevo prójimo. Y la historia de la humanidad, la historia de Occidente cambió para siempre. El testimonio de los martirios fue suficiente para cambiar la historia. Una verdadera revolución.
¿Qué hace que un mártir sea mártir? Lo primero es tener la verdad y defenderla inequívocamente y con valor, buscando siempre el bien y la justicia. Y lo segundo, estar dispuesto a perder la vida, sin importar que tan cruel pueda ser la experiencia, con tal de defender esa verdad. Entre más grande la verdad y entre más justa la causa, menos necesaria es la resistencia o la violencia. Las grandes verdades triunfan por la fuerza del Amor y no por la fuerza de la espada, y cuando se entiende esto, el verdadero mártir va como oveja al matadero. Los que presencian este martirio y cuestionan lo sucedido, no tienen opción diferente a abrir sus mentes y sus corazones a la Verdad. El martirio es siempre una elección libre.
La Rusia de Putin, hoy tiene un nuevo mártir, y dibujando un paralelo con lo que sucedió al pie de la Cruz, la muerte de Alexei Navalny, aparentemente sin mayores consecuencias y aunque hoy no entendamos ni cómo ni cuándo, terminará por cambiar la historia de Rusia y cerrar el capítulo del reinado de Putin añadiéndole apartes de infamia en letra negrilla. El martirio de Navalny no fue en vano como muchos creen, o como el mismo Putin lo cree hoy. La semilla que sembró en el alma del pueblo ruso es tan fuerte y profunda, que germinará, echará raíces y será un árbol con ramas tan frondosas que ofrecerán la sombra de la libertad al pueblo ruso. De ese mismo árbol saldrán las tablas del ataúd en que pernoctará eternamente el dictador asesino de Putin.
El error craso de Putin fue no haber entendido que Navalny no era solo un hombre sino un pueblo. Dejó su humanidad de lado para convertirse en el pueblo ruso, el día que eligió libremente abandonar la seguridad que le ofreció Alemania después de haber sobrevivido un intento de envenenamiento y regresar a Rusia y entregarse a Putin donde le esperaba la tortura física y psicológica y una muerte segura. Solo un verdadero mártir es capaz de vivir y morir por su causa y por su verdad. Es intolerable vivir y morir cobardemente en la mentira; sin duda estos son hombres únicos. La mayoría elegimos ser esclavos de nuestros miedos y de las lentejas que nos proporciona quien nos somete y abusa. La esperanza se pierde irremediablemente cuando ya no queda nadie dispuesto a morir por la Verdad.
¡Paz en la tumba de Alexei Navalny!