Los perdedores

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Cuando, respecto de los asuntos públicos de un país, y cara al fracaso en relación con los mismos, los actores concernidos empiezan a culparse unos a otros por sus respectivas negligencias, no cabe duda de que estamos ante una verdadera ausencia de claridad y valor para sacar adelante a una sociedad. Es lo que ha pasado con la estruendosa derrota que Colombia ha sufrido al retirársele la sede de los Juegos Panamericanos de 2027, que iban a desarrollarse con certeza en Barranquilla, y de lo que ahora solo queda una mera expectativa. Y es también lo que pasa cuando, desde arriba, se da el mal ejemplo constante del incumplimiento, de la falta de seriedad y rigor, de la charlatanería y fantaseo recurrentes; en otras palabras, del mal gobierno, y, por qué no decirlo, de la mala voluntad. 

La terrible exministra del Deporte, María Urrutia, y la actual ministra de la misma cartera, Astrid Rodríguez, figuran en la primera línea de responsables de esta derrota sin atenuantes que ha sufrido la imagen nacional. En ambos casos, no ha quedado claro cuál fue el papel desempeñado por el presidente de la República en la inacción del alto Gobierno, pero, como último responsable de la ejecución de las políticas públicas, en este tema le va a quedar difícil parapetarse detrás de otros, a despecho de su mediocre costumbre. Por lo demás, hasta ahora, del mar de leva periodístico que la ventisca ha generado, se puede sacar en limpio que el gobierno local de turno en Barranquilla hizo más o menos lo que podía, y que la falta de decisión administrativa provino esencialmente de Bogotá. 

Todavía es muy temprano para concluir definitivamente acerca de lo que en verdad sucedió en este caso, no solo porque la información relacionada de que se dispone es fragmentaria, parcialmente falaz y entregada a cuentagotas, a más que de manera extraoficial, sino especialmente porque las gestiones para recuperar la sede supuestamente se han activado. En cualquier caso, ya sea que se rescaten los Panamericanos perdidos o no, deberá ser objeto de análisis ciudadano la cuestión de si este país se encuentra en manos de saboteadores profesionales, gente experta en intentar engavetar procesos de interés general y que, después, de manera siempre tardía, pretenderá “reaccionar” dizque para salvarlos. Si logra demostrarse un engavetamiento, ¿habrá consecuencias? 

Se ha recordado en estos días la lucha que adelantó un barranquillero, Alfonso Senior, durante un par de décadas de viajes a Suiza, para que a Colombia se le entregara la sede del campeonato mundial de fútbol de 1986, lo que finalmente logró. Pero ¿para qué? Para que los políticos que sucesivamente ocuparon la Presidencia de la República durante los años en que debían desarrollarse las obras mundialistas se hicieran los locos con la iniciativa y a Colombia le tocara perder, una vez más, la oportunidad de atraer al progreso. México, con su Distrito Federal destruido por el terremoto de septiembre de 1985, pero con el carácter que falta por aquí, aprovechó el vacío de poder colombiano e hizo su segundo mundial, y lo hizo bien. Heridas a las que conviene echarles sal. Viéndola bien, nuestra crisis de liderazgo no es reciente, aunque parece que ha empeorado.