El Consenso de Washington

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



En la izquierda del mundo se han demonizado con frecuencia los pilares que le dieron sustento a la economía mundial a partir de finales de los años ochenta del siglo pasado.  La crítica y rechazo han sido especialmente virulentos en América Latina, donde las palabras globalización, libre comercio, privatización, entre otras, son señalados como culpables del atraso de la región.  Todo esto empaquetado y caricaturizado en una caja llamada neoliberalismo y que tuvo su origen en el llamado Consenso de Washington. 

Hay que conocer y repasar la historia para entender el surgimiento de líneas de acción y de pensamiento tanto en lo global como en lo local; como excepción, y de rara ocurrencia, estos surgen de la nada.  Casi siempre son respuesta a contextos; y obviamente debe entenderse el impacto de su aplicación.  La crisis económica de los años ochenta en América Latina, conocida como la década perdida y consecuencia de la política de sustitución de importaciones, llevó a proponer un modelo de desarrollo alternativo orientado a economías de mercado. Fue así como Balassa, Bueno, Kuczynski y Simonsen en 1986 publicaron un documento llamado Toward Renewed Economic Growth in Latin America, con el apoyo del Institute for International Economics, y que es el documento base de lo que se conoce como el Consenso de Washington y en donde propone el recetario que fue implementado en las décadas sucesivas.  El recetario propuesto por los cuatro economistas fue ampliamente aceptado y validado por el FMI, el Banco Mundial, el BID, entre otras instituciones.  Hacerlo accionable exigía un espaldarazo político, que le fue otorgado por Ronald Reagan and Margaret Thatcher.

Estos dos líderes mundiales entendieron que la caída del Muro de Berlín, y posteriormente la de la Unión Soviética, exigían unas nuevas reglas de juego para regular las relaciones comerciales y de intercambio.  El GATT que había sido establecido en 1947 fue diseñado bajo el presupuesto de excluir a las economías de la órbita soviética.  La nueva realidad geopolítica exigía un nuevo régimen y fue así como surgió la Organización Mundial del Comercio.

Así como en el pasado los Estados Unidos no solo habían reconstruido Europa y Japón sino que además abrieron sus mercados para fortalecer esas economías y hacerlas fuertes, el pensamiento era que se podía hacer los mismo con las republica exsoviéticas y China. Obviamente con la idea de que el desarrollo económico por medio de una economía de mercado globalizada  conducía forzosamente a la democracia. 

El recetario de los cuatro economistas comenzó a aplicarse en el mundo: tratados de libre comercio, privatización, libre flujo de capitales, tasas de cambio flotante y desregulación, entre muchas otras.  La izquierda afirma que esto fue catastrófico para el mundo y para los países en vía de desarrollo como los de América Latina. Que los países desarrollados se volvieron más ricos y los pobres más pobres.  De hecho, la ola de gobiernos de izquierda que se instaló en el poder en casi todo el mundo, la famosa Marea Rosada, lo hizo supuestamente como reacción al fracaso de la agenda global y el libre mercado.  Poco ha durado la luna de miel, y el fracaso rotundo de la agenda progresista, ha llevado a que políticamente, por lo menos, las sociedades estén optando por adoptar nuevamente la agenda “neoliberal”.

Ya que la agenda económica ha sido determinante en lo político, y es un debate que todavía continúa, pienso que es importante profundizar en algunos de estos temas y así lo haré en las próximas columnas. 

No resta sino agradecerles a mis lectores por leerme y a su vez pidiéndole al Todopoderoso que los bendiga abundantemente.  ¡Que tengan una Feliz Navidad y que el 2024 venga cargado de cosas muy buenas!