Música de cámara

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Ante perspectiva funesta, con la aprobación en la Cámara de Representantes de la estatizante reforma a la salud, la misma que amenaza hacer de las enfermedades del cuerpo campo fértil para los políticos, y, con ello, una celebración de corrupción y muerte, se han oído las voces de quienes se atreven a cifrar sus esperanzas en el Senado de la República, para que allí se contenga a la debacle. Entre los argumentos dichos para que el pueblo se fíe resuena el exotismo aquel de que en el Senado hay un mayor nivel intelectual y de liderazgo, y que, en consecuencia, la calidad de la discusión política debería subir, de tal forma que desnude la carencia de fundamentos técnicos de la propuesta gobiernista; para que entonces se caiga, o que, al menos, mute en normativa razonable.

Lógicamente, no creo que esto último pase, por cuanto a estas alturas es más que evidente que al Gobierno lo que le interesa es el manejo a bolsillo de los recursos de la salud, para la consolidación de sus propósitos, y que no le preocupa tener que mejorar el sistema preexistente, es decir, lo que sería el mínimo esperable. De modo que, si algo positivo a este respecto llega a pasar en la cámara alta, solo podría ser el guillotinamiento de ese proyecto legislativo perverso. Ahora bien, ¿es esto posible, merced a, como decía, un supuesto salto cualitativo en las mentes y capacidades de quienes van a discutir el futuro de la salud “privada” colombiana? (El entrecomillado previo no es gratuito: el cuento del Gobierno, para justificarse, es que va a volver a la sanidad actual realmente “pública”).

La posible explicación de esa repentina superioridad senatorial parece que vive en las cacareadas virtudes de la circunscripción nacional. Se cree, sin mayor comprobación, que si un dirigente es capaz de cautivar simpatizantes en varios departamentos, o en sendas regiones, seguro debe de tratarse de alguien distinto de aquel cacique de la circunscripción territorial que, más allá del temor reverencial que inspira en su electorado, no plantea cuestiones de fondo en ningún debate. Del senador, por el contrario, parece esperarse la altura que no tendría el representante a la Cámara. ¿Será que los diseñadores de 1991 lo determinaron así para no ir contra la realidad y entonces lograr la aprobación del texto constitucional: el viejo país se queda en la Cámara y el futuro va al Senado?

Si esta arbitraria y acientífica presunción fuera cierta, el proyecto de ley de reforma a la salud de Gustavo Petro estaría para sanción; pues, en ese escenario, el Gobierno tendría más prosélitos en un “vanguardista” Senado de la República, que en una “pueblerina” Cámara de Representantes. De hecho, tan errado debo de andar, al tratar de otear a lo lejos lo que los constituyentes quizás solo evadieron, como aquellos que ven diferencias entre senadores y representantes allende lo apenas nominal. La verdad puede ser menos rebuscada: desde que cesó la rigidez bipartidista, la floración resultante de la política consistió en dejar atomizar los rancios dogmas de liberales y conservadores, para luego reagrupar sus restos en los “acuerdos sobre lo fundamental” que vinieron a ser las coaliciones de partidos y movimientos. De tales ensambles de viso fortuito, la salud de la gente.