Alejo Durán, el Negro que sí comía notas

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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es

De aquellos cantos de vaquería ya poco queda. Los encargados de trasladar el ganado de un territorio a otro se daban ánimo y derrotaban su aburrimiento mediante gritos y canciones regionales que de algún modo los mantenían en contacto con sus compañeros de faena. Si no era un rito, por lo menos constituía un código entre ellos.

     Tuvimos la oportunidad de escuchar una extensa entrevista que Alejo Durán le concedió al escritor David Sánchez Juliao. Es un valioso documento en el que el cantautor se explaya y, a su manera, no solo cuenta aspectos de su vida, sino que diserta sobre las características de cada uno de los ritmos que con maestría lograba sacarle a su cómplice y confidente: su pedazo de acordeón. Sánchez Juliao comienza la entrevista con esta afirmación: “Alejo Durán es un hombre elemental, como el agua”. Y no se equivocaba el autor costeño, conocido por sus obras ‘El Flecha’ y ‘El Pachanga’, entre otros relatos costumbristas.

     Gilberto Alejandro Durán Díaz nació en El Paso, departamento del Cesar, el 9 de febrero de 1919. En 1948 decidió dedicarse a la música; se fue para Barranquilla. En 1949 grabó su primera canción. Lo acompañaron Carlos Vélez en la guacharaca, Rafael Mojica en la caja y Juan Madrid en la guitarra; llevaron su música a todas las poblaciones de la región. En una de sus correrías conoció a Irene Rojas; después de acompañarla en lancha por el río San Jorge, se despidieron y ella abordó un bus o “chiva”; Alejo anotó la placa del vehículo y compuso su famosa canción ‘039’. Estuvo radicado por un tiempo en Magangué, Montería y Sahagún. Grabó ‘El entusiasmo de las mujeres’, ‘Güepajé’ o ‘La trampa’ y ‘Se acabó la fiesta’. Además, ‘Pedazo de acordeón’, ‘La cachucha bacana’, ‘Altos del Rosario’, ‘La mujer y la primavera’, ‘Fidelina Daza’, ‘El verano’ y ‘La primavera’. Tal vez la canción que más se ha escuchado en la voz de Alejo Durán es ‘Alicia adorada’,  compuesta por Juancho Polo Valencia.

     ‘La cachucha bacana’, según cuenta su autor, se le ocurrió al observar a un guacharaquero suyo, Jaime, quien tenía una cachucha y acostumbraba darle diversas formas durante sus presentaciones. “Ese muchacho hacía piruetas con esa cachucha y a las muchachas les encantaban esas cosas. Entonces pensé que todas querían estar con él, mientras que con Alejo… nada”. Por eso dice Durán en esa canción: “Jaime sí, Jaime sí, Jaime sí, Alejo no”. Cada composición de este cantautor tiene su historia. Con Fidelina Daza el intérprete no pudo materializar su conquista; ella apenas tenía quince años y su madre descubrió a tiempo las intenciones de Alejo; prácticamente se la quitó de las manos. Pero este mujeriego empedernido, fiel al concepto machista de las composiciones vallenatas de esa época, siguió en sus andanzas, reflejadas en canciones.

     Alejo Durán se fue a vivir definitivamente a Planeta Rica, Córdoba. En 1968 participó en el Primer Festival de la Leyenda Vallenata y resultó ganador. Allí concursó con la ejecución de los cuatro ritmos o aires exigidos por el jurado. Se lució con ‘Pedazo de acordeón’, puya; ‘Alicia adorada’, son; ‘Elvirita’, merengue, y el paseo ‘La cachucha bacana’. Ese año fue invitado para integrar la delegación artística a las Olimpíadas realizadas en México. Su actuación fue premiada con medalla de plata.

     Ese hombre “elemental como el agua” dejó huellas de su envidiable bonhomía en cada uno de sus actos. Veinte años después de ganar el Primer Festival de la Leyenda Vallenata, se presentó como favorito al Festival Rey de Reyes. Cuando ejecutaba ‘Pedazo de acordeón’ se equivocó en una nota. De inmediato interrumpió su actuación, fue al centro de la tarima y dijo: “Pueblo: me acabo de descalificar yo mismo”. Tomó la corona y se la entregó a “Colacho” Mendoza, su rival en ese duelo musical.

    “¡Ese negro sí toca! ¡Ese sí come notas!”, decían de Alejo Durán. Llevó una vida sana; no fumaba ni tomaba licor. Sin embargo, su salud se deterioró poco a poco y falleció el 15 de noviembre de 1989. Afirmaba que en su vida “nunca fue mudo” y por eso enamoraba con gran facilidad. Lo dejó claro en los versos de ‘La trampa’: “Me han dicho  que el chupaflor / coge un aroma en el aire / y yo he cogido un amor, / lo más sencillo, en un baile”.

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