Del racismo y sus perversidades

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Transcurría 1494. Cerca de Valladolid, en Tordesillas, se firma un tratado entre los reyes católicos Fernando e Isabel y Juan II de Portugal, repartiendo las zonas de navegación en el Océano Atlántico y la conquista del Nuevo Mundo; básicamente Portugal se queda con el continente africano y la parte oriental, que corresponde al actual Brasil. España, con el resto de nuestro continente.

Frente a Dakar, Senegal, a 3 kilómetros, frente al mar infinito, está la Isla de Gorea. Portugal invade la costa occidental de África en 1444; la necesidad de mano de obra en el Nuevo Continente conduce a la infame cacería de seres humanos para venderlos como esclavos a partir de 1536; en la isla se construyó la primera Casa de Esclavos. Los nativos africanos eran cazados, segregados y separados para salir a través de la Puerta del No Retorno, un símbolo sobrecogedor de la oprobiosa trata de personas; era la despedida definitiva hacia un mundo desconocido en condiciones infrahumanas. Ahora, el mar no significaba alimentos y gozo; era el camino de familias separadas hacia otro mundo, hacinadas en barcos mercantes y esperanzadas en sobrevivir a la travesía. El museo de Gorea es testigo del inhumano tráfico y las sucesivas invasiones europeas al país africano.

Sao Paulo, parque de Ibarapuera. Cerca de la entrada se encuentra el Museo Afro, fundado en 2004. Además de la conservación de la historia y objetos del arte y las culturas africanas, aparecen grandes personajes brasileños de origen africano. Es también la continuación de las espeluznantes historias de los esclavos desarraigados a la fuerza de su continente nativo; las tribus del oeste africano fueron arrancadas de su tierras, familias, antepasados, costumbres y cultura.

Estalla la Guerra de Secesión en los Estados Unidos entre los esclavistas del sur y los estados industrializados del norte. Abraham Lincoln había liderado la abolición de la esclavitud, lo cual desató ese conflicto; el general Lee se rinde ante Ulysses Grant. La Reconstrucción no significó igualdad de los nuevos libertos; dejaron de ser esclavos en las plantaciones del sur y pasaron a ser operarios de las factorías del norte, siempre segregados y maltratados. En el siglo XX, muchos negros estadounidenses se rebelan a ser vistos como seres inferiores. Malcolm X, asesinado; Luther King, quien impulsó la Ley de los Derechos Civiles, asesinado; Rosa Parker, en un autobús se negó a cederle el asiento a un blanco que le exigía levantarse; Mohammed Alí, apresado; Tommie Smith y John Carlos, expulsados de los Juegos Olímpicos de México por levantar uno de sus brazos, símbolo de las Panteras Negras. Toda esa lucha le sirvió para que Barak Obama se posesionase como el primer presidente negro de los Estados Unidos.

Nelson Mandela, activista contra el apartheid racista institucionalizado, la consecuente pobreza, la desigualdad social y en favor de la reconciliación en Suráfrica, debió pasar 27 años en prisión; su lucha logró el anhelado efecto. El racismo en Colombia es tan brutal que hasta hace unos pocos años era lícito matar indígenas. “Cuando se trata de cuerpos de color distinto, la violencia era más cruel”, afirmó Leyner Palacios (víctima del conflicto) ante la Comisión de la Verdad. Este magistrado también dice que “los pueblos étnicos no eran vistos como seres humanos”. Nuestro conflicto armado ha sido más cruel con los indígenas, negros raizales, palenqueros y rrom. La guerra de Independencia significó algo parecido a lo sucedido en Estados Unidos; las minorías étnicas fueron apartadas y marginalizadas. El Estado poco los ha tenido en cuenta, sus derechos han sido conculcados y muchas poblaciones carecen de los mínimos servicios básicos. Un exterminio físico y cultural, dice la Comisión de la Verdad. Y económico, agregaría; si no tienen acceso real a la educación, pocas oportunidades de progresar existen y deben dedicarse principalmente a labores básicas de baja remuneración, perpetuando el ciclo vicioso racista, clasista y aporofóbico. Sus derechos, al parecer, se circunscriben a letra muerta en las normas constitucionales.