El desobediente

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Mientras veo la entrevista, trato de entender la idea de que el economista ruso Mikhail Krasnov, alcalde electo de Tunja, sea una ficha del Kremlin en Suramérica, como no han tardado en sugerirlo. No parece muy evidente que un propulsor teórico de la libre empresa como base del desarrollo de la ciudad que lo eligió tenga demasiado que ver con Vladímir Putin, por ejemplo, más cuando informa oportunamente que su madre nació en Ucrania. Quizás para convencer de la pureza de sus intenciones ha afirmado que no hay más coincidencias entre Rusia y Europa que las que hay entre su país y Colombia, conclusión difícil de aceptar. Es claro que a estas alturas no se debe descartar nada: tan independiente puede ser el académico, como pieza de Roy Barreras y el Gobierno.

Sin embargo, que Krasnov hubiera dicho que entre los rusos y los colombianos existe más cercanía de lo que se piensa, me hizo recordar aquella historia según la cual en la antigua Yugoslavia, hacia la época de los años cincuenta del siglo pasado, una vez proyectada en sus cines la película mexicana “Un día de vida”, pasó algo increíble. Dicho filme trata del aplazamiento por un día de la ejecución de un militar zapatista, en el marco de la Revolución mexicana, todo para que el sentenciado pudiera ir a dedicar a su madre la famosa canción de Las mañanitas, y así despedirse de ella. Las imágenes son tristes, aunque la canción no lo sea, y esto tal vez determinó que los espectadores yugoslavos interpretaran que esa música podía cantarse con garganta de llanto.

Resulta que, a propósito de la inconfundible melodía de Las mañanitas, de aire alegre y optimista latinoamericano, surgió para esos pueblos eslavos la creencia de que letra de la canción debía ser más bien melancólica, de acuerdo con lo que se veía en la pantalla del cine, y así terminaron por componer, con una de sus lenguas y único sentimiento, sendos versos que nada tienen que ver con que “linda está la mañana en que vengo a saludarte”, sino con la pesada sensación de la muerte inminente del vocalista. Rancheras cargadas de dolor ya hay muchas, no la esperanzadora de los cumpleaños. Para tratar la partida del que se sabe ido, ahora recuerdo a El hijo desobediente, cuya autoría aún es muy confusa, y que a lo mejor fue escrita en medio de la emoción revolucionaria.

El protagonista de los hechos le pide a su padre que, una vez muerto, no lo entierre en un cementerio católico, sino en la tierra que se ara; y luego le dice que lo deje “Con una mano de fuera, y un papel sobre dorado, con un letrero que diga: ´Felipe fue desgraciado´”. Es el relato de un hijo que insiste en batirse en duelo a pesar de que su padre le ruega que no lo haga, porque sabe que lo van a matar. Después de ver la entrevista al alcalde ruso de Tunja, leo la columna de un periodista poco dado a la ligereza en la que explica que el profesor está inhabilitado por haber celebrado un contrato estatal de prestación de servicios menos de un año antes de la fecha de su elección. Habrá que ver; aunque, de ser cierto, podría pensarse que, si tenemos un rasgo compartido, a los eslavos y a los latinoamericanos acaso nos ronda la tentación de la desobediencia. Porque oído musical común, no.