Literatura y fútbol en Albert Camus

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



El 7 de noviembre de 1913 nació Albert Camus, en Mondovi, Argelia, colonia francesa en el norte de África. Allí pasó su infancia y parte de su juventud antes de radicarse en París. Vino al mundo en el seno de una familia muy modesta. Su padre murió en la Primera Guerra Mundial; su madre se dedicaba a limpiar casas. Fue dramaturgo, novelista, ensayista, periodista y filósofo. Como periodista, Camus laboró en Editorial Gallimard, donde logró convertirse en editor. Pero su fuerte, según sus palabras, era el teatro, porque “es el lugar de la verdad”. Por eso no es raro encontrarlo como autor de ‘Calígula’, ‘El malentendido’, ‘Estado de sitio’, ‘Los justos’ y ‘Los posesos’.

     En 1935 publicó su primer libro: ‘El revés y el derecho’. El autor tenía veintidós años. Militó en el partido comunista; poco después renunció a él. Frecuentó los cafés y las tertulias que en el Barrio Latino de París animaban famosos escritores y filósofos, entre ellos, Jean-Paul Sartre. Por esa época, 1942, Camus publicó ‘El extranjero’. Este relato y ‘El mito de Sísifo’ fueron acogidos por la crítica literaria con grandes elogios y abonaron definitivamente la senda del escritor. Después vendrían obras de gran reconocimiento en el mundo de las letras universales: ‘Bodas’, ‘La muerte feliz’, ‘La peste’, ‘La caída’, ‘El hombre rebelde’, ‘El exilio y el reino’, ‘El verano’ y otras. ‘El hombre rebelde’ es un ensayo.

     En ‘El extranjero’, el personaje principal de la novela, Meursault, se muestra insensible ante el cadáver de su anciana madre, fallecida en un asilo; de igual manera actúa cuando relata cómo ha dado muerte a un hombre en una playa, situación que atribuye al insoportable calor asfixiante del momento. El comportamiento de Meursault resulta incomprensible para los lectores, quienes lo consideran un ser “raro” dentro del género humano. Cabe aquí aclarar que esta obra de Camus aparece en algunas ediciones como ‘Le Rare’, en vez de ‘L’ Étranger’. En 1957 Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura. Esperaba abrir al público el Nuevo Teatro de París, pero falleció pocas semanas antes de la fecha de inauguración.

     Al escuchar el nombre de Camus, pensamos en el escritor que, con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, representan la corriente existencialista en la filosofía. No se nos ocurre destacarlo como amante del fútbol y mucho menos mencionarlo como practicante de esta rama del deporte. Pero, conozcamos en sus palabras, algunos datos al respecto:  “Mi abuela me daba tremendas tundas cuando llegaba a casa con el calzado roto. Esta fue una de las razones que me llevaron a ocupar el puesto de arquero, porque en tal posición conservaba más los zapatos. Pero antes de situarme bajo los tres palos había sido delantero”. “Aprendí pronto que una pelota no llega a uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no va siempre “de frente”, porque después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol; lo aprendí con mi equipo, el Racing Universitario de Argel”. En su obra “El primer hombre”, Camus relata muchos episodios de su vida en el fútbol. Afirma: “Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel.

     Para tocar una faceta de Camus, diferente de la literatura y del fútbol, recordemos que fue monje en la población de Lourmarin, Francia, y alcanzó a firmar cartas con el seudónimo ‘Hermano Alberto O. D.’ (Orden de los Dominicos). Cuando falleció, el 4 de enero de 1960, en un accidente automovilístico, fue sepultado en el cementerio de esa ciudad.

     Al fútbol y a muchas de sus figuras cantaron poetas; Rafael Alberti y Miguel Hernández, entre otros. Pero fue Camus quien más contribuyó a que este deporte perdiera el estigma de “opio del pueblo”, aunque nunca nadie pudo convencer a Borges de lo contrario.