Adicciones

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Existen algunas sustancias adictivas socialmente aceptadas como el tabaco, el alcohol o el azúcar; hay otras como el cannabis, aún ilegales, pero relativamente permitidas; y otras como la cocaína o la heroína, prohibidas y francamente nocivas. Se describen algunas conductas compulsivas no ligadas al consumo de sustancias: comidas, juego, trabajo, dinero, ciberadicción, celulares o ejercicio, entre muchas otras.  La OMS define la adicción como una enfermedad física y psicoemocional que crea una dependencia o necesidad hacia una sustancia, actividad o relación. Los signos y síntomas que aparecen involucran factores biológicos, genéticos, psicológicos y sociales. Progresiva y fatal, esta enfermedad se caracteriza por episodios continuos de descontrol, distorsiones del pensamiento y negación ante la enfermedad.

Las adicciones impactan gravemente la salud física y mental de las personas afectadas; merman su capacidad para actividades importantes como el trabajo o desarrollar adecuadamente las relaciones personales. Manifiestan la necesidad compulsiva de consumir una determinada sustancia, afectación para realizar sus actividades rutinarias, tolerancia (necesidad de cantidades crecientes lograr el mismo efecto) hasta llegar al síndrome de abstinencia (síntomas importantes cuando se deja de consumir la sustancia o realizar una determinada actividad). La buena noticia es que, en la mayoría de los casos, las adicciones son tratables; un tratamiento bien orientado ayuda a las personas a salir de ellas.

Hace 50 años, cuando Richard Nixon declaró la guerra contra las drogas, se inició la persecución a las sustancias psicoactivas, con énfasis en la producción: bajar la oferta disminuye la demanda, era la premisa. La visión, errónea, era que el consumidor recreativo o el adicto eran delincuentes. Ismael Rivera, el sonero mayor, pasó 5 años en una cárcel de Kentucky por posesión de marihuana. Mientras tanto, el uso de otras drogas psicoactivas similares como el alcohol no sólo son legales sino casi obligatorias en eventos sociales como cócteles, celebraciones, reuniones o cenas; incluso, se ingiere sin motivo especial. El tabaco, legalmente permitido, puede ser tanto o más dañino que la marihuana, según algunos expertos; en cualquier caso, ambos son nocivos para la salud humana.

Hay situaciones más complejas: la hoja de coca es de consumo ancestral en los Andes, inclusive ritual. Millones de personas mastican la hoja, un estimulante leve que les ayuda a controlar el hambre, el cansancio y el mal de las alturas. Poco antes de ser declarada ilegal, la hoja de coca era de consumo permitido y comercializada legalmente en Colombia para ascender a las alturas andinas. Algunos estudios demuestran el beneficio de la hoja de coca: aumenta la energía, reduce el riesgo de enfermedad cardiovascular, alivia la indigestión, reduce la glucosa en la sangre y promueve la pérdida de peso. Una publicación de la Universidad de los Andes (2020) propone reconocer los usos de la hoja de coca como patrimonio cultural inmaterial.

La cocaína es la base de los anestésicos locales actuales. Lo peligroso de ella es el consumo y abuso con fines recreativos, dada la alta potencia y el latente riesgo adictivo; con el uso crónico, el sistema nervioso requiere cada vez más cocaína. El consumo inmediato causa euforia, aumenta la energía y la concentración. A mediano y largo plazo, los consumidores caen en la adicción; sufrirán insomnio crónico, irritabilidad, ansiedad y depresión, pérdida de la memoria, disminución de la libido y, finalmente, complicaciones de salud que le llevarán a una muerte cruel. En la esfera mental, decae la autoestima y el rendimiento laboral; se dificulta la toma de decisiones, aparecen comportamientos erráticos, agresivos, antisociales y peligrosos. Surgen alucinaciones, paranoia y adicción a drogas más potentes. El entorno familiar y social del adicto se deteriora irremediablemente y algunos caen en la delincuencia.

El adicto es un enfermo, no un delincuente; puede caer en conductas delictivas para aliviar su trastorno, que no es lo mismo. Por fortuna, hay maneras de tratar esta y otras adicciones, y hacia allá deben apuntar las acciones sanitarias. La cárcel, la estigmatización y el aislamiento social no solucionan el problema; lo agravan innecesaria e injustamente.