La primera piedra

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Hace algún tiempo tuve una muy buena amiga judía estadounidense, Judith, que con una tolerancia inteligente me guio durante algunos meses por los recovecos de su cultura y de su religión, dos cosas rigurosamente indesligables para la mayoría de los que se reconocen hebreos. Pues, así como en Israel se habla de un “Estado judío” (para dejar claro que las diferencias entre judíos surgidas de la diáspora, y el peligro constante que de la misma se deriva, se atemperan en ese Estado cada vez más confesional que los acoge), ser judío es una cuestión de vida y muerte que no se puede separar de ciertos aspectos de la propia personalidad, aun en los casos en que no se es muy religioso.

Un día cualquiera le comenté a la sensible, bondadosa y lúcida Judith que había visto una película cuyo argumento pasaba en Palestina, y que me había gustado; ella, sin un ápice de turbación, como quien se esperaba en cualquier momento una afirmación semejante, se tomó el trabajo de “explicarme” que Palestina, o eso que llamaban Palestina, sencillamente no existía, y que todo lo que yo había visto en ese filme era territorio israelí desde el inicio de los tiempos, y que así seguiría siendo. No le contesté nada en concreto, pero recordé en silencio a los descendientes de inmigrantes palestinos que han hecho de la Colombia del Caribe, especialmente, su único hogar, y me pregunté si toda esa población sería consciente de la presunta ilegitimidad de su espacio vital de origen.

Confirmé así lo duro que sería lograr algún día la tal “solución de dos Estados” en aquellos lugares, si hasta los más compasivos de lado y lado pueden llegar a ser tan ciegos. David Sánchez Juliao, escritor cordobés ya fallecido, alguna vez contaba con su habitual chispa que la gente de Lorica, su pueblo, estaba convencida de que el delicioso quibbe del Medio Oriente era un invento local, habida cuenta de su gusto sabanero, claro; pero intuyo que a lo mejor ello se debía a una mal asumida geminación caribeña en la pronunciación de la palabra: el quibbe como si antes hubiera existido en los imaginarios quilbe o quirbe. Juliao, de ascendencia judía sefardí, parece que no tuvo problemas para derrotar la violencia de la Tierra Santa y buscar entenderse con los hijos y nietos de palestinos y otros árabes o musulmanes en esta, la patria que España había forzado a autodescubrirse mestiza.

Quisiera contarles a los que hoy se matan entre ellos en la Franja de Gaza el viejo chiste malo que concluye que en Barranquilla, ciudad de la bipartidista Colombia, fue donde por fin judíos, moros y cristianos pudieron ignorarse en relativa paz. Esto, a pesar de que estoy lejos de ser un “pacifista” en el sentido lato de la expresión; puesto que, al lado de muchos, creo que los problemas históricos merecen soluciones sesudas, definitivas y difíciles, y no las oportunistas que proveen la sensiblería y la codicia de los que dicen amar la paz sin actuar en consecuencia (véanse “paz total” y entelequias equivalentes). Ahora bien, sin duda las imágenes de estos días conmueven a cualquiera: niños, mujeres y hombres que, en otros aires y circunstancias habrían podido incluso amistarse, están a merced de la muerte y el sufrimiento innecesarios, como si la vida real fuera un asunto de santidad.