Colombia perdió un hombre universal

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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com


El viernes 15 del presente mes, el país amaneció de luto por la pérdida de un hombre universal, Fernando Botero Londoño, fue unos de los grandes escultores y pintores que aún conservaba el mundo, unos de los grandes del continente y unos de los colombianos excepcionales.

Fernando Botero, no tuvo una niñez brillante a los 5 años perdió a su padre, y su madre le tocó enfrentar la vida sentándose en una máquina de coser para superar los problemas que aquejan la educación y formación de una niñez bien cimentada en todo conocimiento.

Nació el 19 de abril del 1932, quiso incursionar como torero, pero luego de sus pasos frustrados en la arena de los toros, descubrió que su futuro no estaba en la fiesta brava. Su poca experiencia en este ramo le sirvió para triunfar en dibujos de banderilleros, su magia en el pincel se regó muy pronto y en poco tiempo comenzó a brillar con sus acuarelas. La grandeza de Medellín le quedó corta, buscando dignidad y mejor futuro viajó a Bogotá. En un café de esta ciudad se hizo amigo de León de Greiff y Jorge Zalamea, luego conoció a Leonet Matiz, más conocido como Leo Matiz, fotógrafo de talla mundial dueño de una galería donde hizo su primera exposición cuando apenas tenía 20 años (1951). Nuevamente la capital se hizo pequeña, luego escogió la costa atlántica como su nuevo vividero, enamorado de las playas de Tolú, las faenas de los pescadores también le sirvieron como fuente de inspiración e inicio pintando pescadores flacos, cuyos cuerpos parecían esqueletos a quienes se le había inyectado fuertes dosis de vida. Sin embargo, aquella inspiración lánguida ocupó el segundo lugar del Salón Nacional cuyo premio le sirvió para viajar a Europa y estudiar en la Academia de San Fernando en Madrid.    

Luego de permanecer cuatro años en el viejo continente, a sus 41 años fija su residencia en Nueva York donde permaneció por más de una década desde donde comenzó a conocerse como gran artista y forjarse como prez y orgullo de los colombianos. Con su pincel y el fuego para la realización de sus estructuras de hierro, de cobre o de bronce, comenzó a inflamar sus trabajos y a escribir la gloria sublime de Colombia.

Carlos Fuentes, mexicano Novel de Literatura comentó que Botero no pintaba o realizaba figuras gordas, sino de ancho modelo. Botero no solo inflamaba su arte, también llegó a inflar grandes corazones que vivificaban muchedumbres. En Mónaco continuó su lucha y el insuperable hijo de Colombia prosiguió a su turno, sin desmayar un instante, la labor que así había truncado tantas adversidades.

En Bogotá y Medellín heredaron sus más altas hazañas dejando en cada ciudad la gran donación en el museo de Antioquia y el museo Botero de Bogotá cuyos museos son la gran tarjeta de representación que Colombia puede mostrar al mundo.

El gran paladín de la estructura le tocó escuchar los clarines de la muerte e hizo caso al llamado de Dios y se marchó dejando al país eclipsado y huérfana de hombres inmortales y sobre humanos, pero su herencia es nuestra mejor fortuna, Colombia y el mundo lamentan la muerte de este paladín que ha dejado eclipsado el arte de la estructura inflada, que de paso ha enchilada nuestra sabiduría en el arte.

Hoy está en manos de Dios y de quien no dudo haber sonreído al notar su presencia en la deseada puerta del cielo.