Sin guante de seda

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Se cumplió en días pasados medio siglo del bombardeo a La Moneda en Santiago, cuando un grupo de militares liderado por el general Augusto Pinochet puso fin de manera radical a la aventura socialista en Chile. Nada de medias tintas: firmeza en la decisión y su ejecución. Debe de haber algo en la sangre latinoamericana que hizo propensos a sus portadores a sucumbir a la falsa promesa del utopismo comunista, más, mucho más, paradójicamente, que a los realistas pueblos europeos en donde nacieron tales ideas respecto de la vida en sociedad. Así, cuando los herederos del respetado Ejército de Chile, junto con las demás fuerzas, le pusieron el tatequieto a la izquierda caviar que trabajaba por matar de hambre a la gente, lo que en verdad se vio fue una compensación.

Nada ocurre porque sí. Lo mismo podría concluirse de la conducta oficial de otro hombre que detesta las indefiniciones, y que ha dado muestras de no temer al juicio de la historia, el subestimado Nayib Bukele. Este presidente ha hecho de El Salvador un país viable y en camino a la prosperidad, aun en contra de las diatribas constantes y perversas de quienes no tienen ninguna responsabilidad sobre la vida, honra y bienes de la población, y que, a pesar de ello, se atreven a exigir dramáticamente los derechos humanos de aquellos que no respetan los de los inocentes e inermes.  Bukele, como Pinochet en Chile hasta el último momento, cuenta con el respaldo de su pueblo, por cuanto ninguna mentira adornada de abalorios podrá jamás cambiar los hechos tal y como son.

Las consecuencias, a la larga, de ser blandengues con las poses de la izquierda pueden ser nefastas para la estabilidad de las naciones. En España, por ejemplo, actualmente se negocia un golpe de Estado: los socialistas necesitan de los votos de los golpistas catalanes de 2017 para que se le permita a Pedro Sánchez formar un nuevo gobierno; de modo que, a cambio de su apoyo, aquellos intrigan darles a estos una amnistía y una autodeterminación que son inconstitucionales. Es decir, Sánchez, en contra incluso de voces de su propio partido, está disponiendo de lo que no puede disponer (las decisiones del colonizado Poder Judicial) en su propio beneficio. España, país del primer mundo, nada puede envidiar al Chile de hace cincuenta años o a El Salvador de hace tres.

En Colombia, Álvaro Uribe se hizo elegir hace más de veinte años con la promesa de la “mano firme”, que era lo mismo que decir “mano dura” sin exponerse demasiado, acaso porque sus publicistas le recomendaron al entonces candidato no dar la oportunidad de ser llamado “aspirante a dictador” por sus detractores. Los ciudadanos, sin embargo, supieron agradecer el mínimo que sus políticas trajeron, especialmente durante el primer cuatrienio de gobierno: la restauración del orden legítimo, el levantamiento de la confianza institucional, la toma de distancia de regímenes nocivos para la economía y la democracia. Quizás el éxito de Uribe en la conciencia de los colombianos que gobernó, que hasta lo inconfesable le indultaron, nació de haber identificado y perseguido a los enemigos fundamentales del país por su nombre completo, como nadie lo había hecho antes.