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Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La percepción generalizada que al menos dos tercios de los colombianos tienen del actual Gobierno no es positiva. Ahí están las encuestas para servir, si no como prueba de certeza, al menos como hecho indicativo de la realidad. Pero, aunque no hubiera encuestadoras que ayudaran a confirmar lo evidente, lo que los ciudadanos sienten, solo bastaría con abrir los periódicos o ver los noticieros para enterarse del desgobierno: contamos con un presidente a tiempo parcial, cuyos hijo y hermano aparentemente ansían confesar sucedidos sobre cuestiones delicadas de la campaña electoral con que se hizo elegir, y a quien la pasión por defender a una funcionaria menor y sinvergüenza lo deja parado como un igual a ella. No cabe duda: Gustavo Petro muestra ser un estadista renuente. 

Hablamos de alguien que, para financiar sus programas de corte peligrosamente populistas, desarma el mecanismo que impedía el aumento desaforado del precio de la gasolina, y, así, propone subsidiar el transporte público con la plata de los que sí trabajan, como pasa con el metro de Caracas. Esto, a más de que traza en el horizonte movilizaciones campesinas (¿con apoyo subversivo?) para presionar la reforma agraria, es decir, hacerla a las malas, y del recrudecimiento de la violencia armada que los procesos del caricaturesco comisionado de paz generan, al tiempo que se debilita a las fuerzas militares y de policía. Ah, y no olvidemos que, más allá de la alta tasa de interés, ya llegó la desaceleración de la economía, que es lo que hace juego con ver enemigos en el empresariado.

Eso sí, sacan pecho en la Casa de Nariño con la baja a un solo dígito del índice de desempleo y la presunta estabilización del precio del dólar. Sin embargo, para hablar de éxito no es suficiente haberle apostado a mantener el rumbo trazado por las viejas políticas de Estado en materia económica, en lugar de apuntar alto. Colombia vive hoy en día, por no decir que día a día, lo que significa en la práctica un increíble desafío a los economistas ortodoxos: si a este Gobierno le va mal con sus reformas en el Congreso de la República, el país respira mejor. No puede ser distinto, ya que si un Gobierno no se aplica con sinceridad en acrecer la producción nacional (el centro invisible de la pugna ideológica), ese Gobierno no puede esperar que los mercados aplaudan; y viceversa.

A diferencia de Venezuela y Argentina, Colombia nunca ha sido un país que se considere a sí mismo “rico”. Aquí, la gente no se habituó a esperar nada del Estado, en parte por las inveteradas ineficiencia y corrupción, en parte porque el Estado no tenía mucho que ofrecer. A dichas expresiones se les llama subdesarrollo. De manera que los colombianos han tenido que esforzarse por su cuenta para tener una casa, un carro, estudiar o poder irse de vacaciones…, lo que tiene un significado profundo. Pues, si en países como Venezuela y Argentina triunfó el cuentazo del colectivismo, ello ocurrió políticamente merced a la difusión de la creencia en su riqueza, que, se argumentó, “no estaba bien distribuida”. Colombia, sin haber sido plenamente capitalista, jamás aceptó ese facilismo redistributivo, y ahora, a su pesar, tiene que vérselas con el caos aplazado.