Escrito por:
Tulio Ramos Mancilla
Columna: Toma de Posiciones
e-mail: tramosmancilla@hotmail.com
Twitter: @TulioRamosM
La obsesión del presidente Gustavo Petro con el soterramiento del metro en Bogotá (ese mismo que no construyó durante su gobierno de cuatro años en la capital), y que frena el avance del actual proyecto en una ciudad con la movilidad colapsada desde hace décadas, muestra extrapolarse a otros ámbitos del cuatrienio presidencial. Primero, nos enteramos de un hijo que tiene que dar explicaciones acerca de posibles gestiones secretas en favor de determinados personajes, aparentemente desde el Gobierno; y, además, por las inmensas cantidades de plata que da la impresión de manejar. Ahora, la mandamás de veintinueve años que el mismo presidente puso para intrigar las cuestiones de Palacio debe contarnos a los ciudadanos cómo es eso de que los bienes fiscales pueden ser usados para resolver problemas personales; por ejemplo, una sospecha de robo.
También sería bueno que supiéramos cómo las dudas en relación con la comisión de un delito sobre el peculio de esta señora, Laura Sarabia, podrían haber sido resueltas indirectamente por ella, en particular respecto de la práctica de una prueba válida pero inadmisible en materia penal (el polígrafo), prevalida de su autoridad institucional, y en posible violación de los derechos de una mujer que se encontraba sin abogado ni apoyo de ninguna índole, mediando una denunciada intimidación. Debe informarse a los colombianos si el hurto que dio origen a la investigación criminal comentada, sin la participación de la Fiscalía General de la Nación, se efectuó alrededor de unos dineros públicos o privados; y, si, como se ha dicho, justificando el presunto uso de bienes patrimoniales para su recuperación, resulta que sí son privados (¿viáticos ya abonados?), cuál era la suma real de tales.
Demasiados borrones en esta hoja para generar la confianza que necesita un Gobierno serio, señor presidente. Más si se le suman cositas; digamos, la desfachatez del penoso comisionado de paz pretendiendo ensalzar una supuesta actitud responsable de la guerrilla del ELN, por reconocer la autoría de las tres muertes ocurridas en Norte de Santander recientemente. Al igual que otros ya lo han dicho: hechas las cuentas, les salimos a deber a los delincuentes. Súmesele a lo anterior la reacción que ya se ha vuelto costumbre en el jefe del Estado cada vez que se siente acorralado por la realidad que él mismo ha creado: culpar a la Rama Judicial del Poder Público, ya porque no le obedece, lo que parece lamentar; ya porque asume que aquella le quiere dar un “golpe blando”.
Los colombianos que hemos visto mejores gobiernos sabemos que nada de esto puede terminar bien. Cuando hay abuso de las prerrogativas del poder, aun cuando ello no constituya delito, hasta la lógica de los obligados a contestar preguntas cambia; baste comparar a la Francia Márquez de hace un año con la de hoy para comprobarlo… Por lo pronto, quizás lo que más nos gustaría saber a los de a pie es qué pasó con el presidente recién posesionado que miraba con distancia el oro y la plata de la Casa de Nariño, como quien no solo no se impresiona con la ridícula imitación a los reinos europeos en este país maltrecho, sino que la reprueba. No vaya a ser que hasta eso esté enterrado.