Sobre ‘El paraíso en la otra esquina’, de Vargas Llosa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



De Mario Vargas Llosa siempre habrá algo importante que decir. Encendemos el celular y vemos su imagen casi llorosa por sus desamores. Patricia Llosa era su “amadísima” y frente a ella lloró al recibir el Premio Nobel en 2010. Luego apareció en su vida Isabel Preysler, exesposa de Julio Iglesias.

Poco a poco, el narrador se introdujo en un mundo que tanto había criticado en su obra ‘La civilización del espectáculo’ (2012). Hasta nuestros días, el escritor continúa confundido, sin lograr poner en orden su radar sentimental. Antes de estos dos amores, Vargas Llosa había tenido su primer matrimonio con Julia Urquidi, su tía política. ¿Por qué se baja con tanta facilidad del alto escalón en el que merecidamente debe permanecer? Esa actitud no está de acuerdo con su calidad de miembro de la Academia Francesa de la Lengua, último reconocimiento que ha recibido. 

Pero hablemos del Vargas Llosa que nos ha dejado obras como ‘El sueño del celta’ (2010), y, hace solo unos meses, ‘La mirada quieta (de Pérez Galdós)’. Hoy veremos cómo el autor peruano nos ilustra sobre tres personajes históricos y las relaciones familiares entre ellos. El novelista peruano toma como núcleo de su relato en ‘El paraíso en la otra esquina’ (2003) a Flora Tristán, abuela del pintor francés Paul Gauguin, quien se apartó del mundo occidental para convivir con los nativos de Tahití. ¡Qué lección de historia nos brinda con su excelente prosa Vargas Llosa! También surge la tentación, al leer ‘El Paraíso en la otra esquina’, de comentar la técnica empleada por el autor para desarrollar esta novela. 

Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán Moscoso nació en París el 7 de abril de 1803. Su padre, Mariano Tristán y Moscoso, era peruano y servía en los ejércitos del rey de España. Se afirma que era hija de Simón Bolívar. Su madre, Anne-Pierre Laisnay, era francesa. Como el matrimonio de ambos nunca se oficializó, Flora fue considerada por todos como hija bastarda, y ella misma se llamó “paria”. Con expresa intención, más tarde, en 1837, Flora escribiría su famoso libro ‘Peregrinaciones de una paria’. Cuando don Mariano murió, Flora tenía cuatro años y, con su madre, debió abandonar la lujosa propiedad donde vivían en París; todos los bienes del padre pasaron a sus familiares en el Perú. 

En ese momento comienza la tragedia de la futura luchadora social. A los dieciocho años, cuando trabajaba como colorista en un taller de grabado, se casó con el dueño del mismo, André Chazal. Este matrimonio fue un desastre. Flora comprendió que no tendría vida propia ni libertad; sin embargo, tuvo tres hijos en cuatro años, hasta cuando decidió cargar con ellos y abandonar el hogar. Hizo un viaje al Perú y logró llegar a casa de sus tíos paternos, aunque no consiguió que la reconocieran como hija legítima de don Mariano Tristán. Al regresar a Francia emprendió una actividad frenética, exponiendo en talleres de artesanos y en fábricas sus ideas, reforzadas por las vivencias que había tenido en Londres, donde vio niños de pocos años trabajando en jornadas de catorce horas y muchachas adolescentes en los burdeles de lujo obligadas a embriagarse hasta vomitar y caer exánimes, con el solo fin de divertir a los ricos. 

     A pesar de la bala que no pudo ser extirpada de su pecho, producto de un intento de asesinato de su marido Chazal, Flora Tristán recorrió todo el interior de Francia pregonando la idea de que “solo una gran unión internacional de los trabajadores de todo el mundo tendría la fuerza necesaria para poner fin al sistema presente e inaugurar una nueva era de justicia e igualdad sobre la tierra”. Flora Tristán murió el 14 de noviembre de 1844. Tenía apenas cuarenta y un años.