Los bailes de Juanita

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Los preparativos comenzaban muchos días antes, hasta con dos semanas de anticipación, para que no se cruzara la fecha con otra que apareciera posteriormente con el mismo fin. Podría decirse que era un ritual aprendido de memoria por fuerza de la costumbre. Esa era la razón por la cual los bailes de mi prima eran preferidos por las muchachas no solo del sector, puesto que desde barrios distantes llegaban a la casa bellas jóvenes con el ánimo de divertirse sanamente.

     El día definitivo, cuando ya no podía darse marcha atrás ―aunque nunca hubo ese deseo en tratándose de baile―, todo era confusión en la casa: desde temprano se traían prestadas muchas sillas y se ponían en la sala en riguroso orden, de acuerdo con la vecina  que las había facilitado; se le avisaba al dueño del pick-up para que fuera calentándolo poco antes de instalarlo; esta, en verdad, era una manera de avisar a las parejas que el baile era esa noche. Más tarde había que comprar el hielo para conservarlo en una nevera grande, de madera, revuelto con las cervezas y las gaseosas en medio de mucho aserrín.

     Un detalle que no podía faltar era la colocación de dos o tres bombillos de 500 bujías, para evitar que algunas parejas se extraviaran en el largo patio con el socorrido pretexto de buscar dónde orinar. También se ordenaban mesas con sus respectivas sillas. 

     De todas estas actividades preliminares se encargaban muchachos que, por su edad, generalmente no participaban del baile; entre ellos siempre estaba “Choy”, jefe natural de menesteres como esos. “Choy” era un muchacho servicial; vivía enfrente de la casa de Juanita y no se perdía una sola de las reuniones que por diversos motivos se realizaban  en  el barrio. A “Choy” nadie se atrevía a moverlo de la silla que él mismo seleccionaba en la  sala.

     De estas reuniones bailables resultaban gananciosas algunas muchachas, sobre todo aquellas que  no tenían novio y esperaban conseguirlo allí. Otras, de pelea con su respectivo enamorado, sabían que tenían una oportunidad para recuperarlo mientras el muy descarado se le dormía en el hombro. Pero no siempre salían las cosas como se las planeaba. Por lo general, la madre de la muchacha miraba por una ventana el desarrollo del baile; era una manera de supervisar el comportamiento de su hija y de comprobar si seguía las condiciones que le había impuesto para dejarla asistir al baile de Juanita. Si bailaba con “ese muérgano”, por ejemplo, entraba y se la llevaba de inmediato, sin darle tiempo siquiera para que entregara o recibiera, envuelta en un pañuelito perfumado, una cita para el día siguiente.

     ¿Cuántos amores comenzaron en los bailes de mi prima? Sinceramente, creo que fueron un poco más de los que allí terminaron, aunque esas desuniones duraban mucho menos que el receso entre un baile y otro. De esta forma, no era raro encontrar a los desengañados nuevamente reconciliados para la próxima reunión bailable. 

     ¡Cuántas lágrimas derramadas ante los amagos de lluvia a pocas horas de iniciar la fiesta! Entonces había que correr para buscar suficiente ceniza y trazar en el amplio patio una inmensa cruz, que unida a las oraciones que nunca le faltaban a mi tía, siempre obraba el milagro.

     Las oraciones de la tía eran casi infalibles. Sus santos eran tantos, que resultaba injusto atribuir los milagros a solo uno de ellos. A veces los invocaba por parejas: santos Pedro y Pablo, Cosme y Damián, Walberto y Bertilia... En algunas ocasiones alcanzó a rematar con las once mil Vírgenes. 

     Los bailes de la prima se distinguieron porque siempre fueron buenos. Su personal de base eran estudiantes del Liceo Celedón, en su mayor parte, y jovencitas de los colegios de comercio de la ciudad.

     Mi prima falleció por causa de la pandemia. Pero aún hoy, algunos veteranos y veteranas, para comprobar si alguna vez se conocieron, enarcan sus cejas con venerables arrugas para preguntarse, con voz temblorosa: “¿Tú no bailabas donde Juanita?”.