El escritor Stendhal en rojo y negro

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



La importancia de este novelista francés se resume en esta afirmación, tal vez anónima: “Si llegase el día en que nadie amara apasionadamente el amor, la belleza, la libertad y la felicidad, Stendhal no tendría lectores.”

     Este gran escritor francés nació en Grenoble el 23 de enero de 1783. Su verdadero nombre era Henri Beyle, pero se hizo famoso  universalmente con el seudónimo de Stendhal. Huérfano de madre desde niño, debió someterse al rigor de su padre, a quien terminó por detestar. En 1814 abandonó Francia y fue a vivir a Milán. Escribió varias obras: “Vida de Haydn”, “Vida de Mozart”, “Roma, Nápoles y Florencia”, “Historia de la pintura en Italia”. En 1821 regresó a París, según él, porque la policía austriaca no apreciaba sus ideas. Publicó entonces “Del amor”, “Racine y Shakespeare”, “Vida de Rossini” y su primera novela: “Armance”. 

     Stendhal se decidió por la escuela romántica, aunque el factor psicológico aparece en sus mejores obras. Regresó a Italia como cónsul en Trieste y después en Civitavecchia, pequeña población italiana en la costa del mar Tirreno. Antes de partir terminó “El Rojo y el Negro”. Más tarde escribió “Lucien Leuwen”, obra que dejó inconclusa. Como dato curioso cabe destacar que escribió en solo 52 días “La cartuja de Parma”, en 1838. Este escritor también publicó “Relatos de aventuras trágicas”, “Crónicas italianas” y dos relatos autobiográficos: “Vida de Henry Brulard” y “Recuerdos de egotismo”.

     El novelista era un ser apasionado: “La naturaleza me ha dado los nervios delicados y la piel de una mujer”, decía. Pero con lucidez agregaba: “Demasiada sensibilidad impide juzgar. La única regla es ser verdadero”. En oposición a otros autores de su época, Stendhal fue un cultor de la ‘novela abierta’, técnica en la cual no se ciñe el narrador a la secuencia lineal de los hechos y, además, deja abiertas las posibilidades de la obra para que sea el lector quien imagine el destino de los personajes. En apoyo a esta práctica, opuesta a las utilizadas por Émile Zola y Honorato de Balzac, citamos un fragmento de carta que Stendhal escribió al último de los mencionados: “Compongo veinte o treinta páginas, luego tengo necesidad de distraerme: un poco de amor, cuando puedo, o alguna orgía; a la mañana siguiente lo he olvidado todo, y leyendo las tres o cuatro últimas páginas del capítulo de la víspera, me viene el capítulo del día.”

     El escritor Milan Kundera, autor de famosas novelas, entre ellas “La insoportable levedad del ser”, “El libro de la risa y el olvido”, “La inmortalidad” y “La broma”, afirma que debe más a Stendhal que a Balzac en el aspecto literario. Es una clara alusión a la importancia que el novelista checo concede a la novelística con finales abiertos, en las que el lector participa mentalmente para cerrar las historias.

     El escritor tuvo tres grandes amores: Italia, la música (sobre todo la de Mozart) y el teatro. Amaba la libertad. Su padre, la monarquía, los sacerdotes y los burgueses eran insoportables para él. Todo eso era –según muchos críticos literarios– el “barro”, el “negro”. Enfrente, en oposición estaba el “rojo”, la libertad, la felicidad apasionada. De esa apreciación se desprende el título de una de sus dos grandes obras: “El Rojo y el Negro”. Y se complementa este comportamiento con las primeras líneas de “La cartuja de Parma”, su otra novela famosa: “El 15 de mayo de 1796 el general Bonaparte hizo su entrada a Milán a la cabeza de esta joven Armada que acababa de pasar el puente de Lodi y de mostrar al mundo que después de tantos siglos César y Alejandro tenían un sucesor.”

     Una frase del autor: “No existe nada que odien más los mediocres que la superioridad de talento de los demás”. Falleció en París en 1842.