El retorno de los cañoneros

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Apartando a fenómenos como Di Estéfano, Messi o Cristiano Ronaldo, eximios goleadores que no fueron propiamente delanteros de área sino futbolistas fenomenales -cada uno en su estilo-, se había difuminado la figura del centro delantero, ese felino que merodea balones en su coto de caza, el área grande.

En tiempos pasados, los delanteros centro solían ser altos, corpulentos y potentes; se les tenía por lentos y poco habilidosos, pero letales al momento de definir. Un estereotipo que hoy no se ajusta a esos cánones; sin embargo, los delanteros centrales regresaron.

Cañoneros, puntas, arietes y otros sinónimos sacados del glosario bélico, los verdaderos 9 escasean; son valiosos diamantes cuando su rendimiento está a tope, y material reciclable cuando su producción decae. Algunos fugaces y otros finitos, son apetecidos cuando revelan sus artes anotadoras; pero en la cúspide del futbol de élite no caben muchos. La rueda de la fortuna es caprichosa; escasean los sillones de primera clase en el tren de la victoria, y la cosecha de killers nunca ha sido profusa. Los goleadores purasangre valen su peso en oro.

Los sistemas antiguos desplegaban el juego por las bandas con ágiles y veloces punteros y defensas laterales, mientras los volantes se cruzaban al centro para apoyar; por lo regular, desde los costados alguien alzaba un balón y el centro delantero aparecía para anotar; en otras ocasiones, el juego por el centro ponía al cañonero en posición de gol. Un paradigma inamovible por aquel entonces. Mundial de Suecia, 1958: un “carasucia”, como dirían en Argentina, delgado y relativamente pequeño (1,73 metros) rompe el molde. El universo futbolero ve nacer a Pelé; con apenas 17 años, desparpajado, alegre y determinado sale del banco a coronarse rey. Al momento de su retiro, era el segundo goleador histórico en partidos oficiales (757), solo superado por el checo Josef Bican (805). Con pocas excepciones, el esquema se mantenía. 

En 1974, Alemania presenta a otro ariete “bajito” (1,76), Gerhard Müller, quien se lleva los máximos honores: el título mundial, el de máximo goleador y la anotación ganadora en la final. Su gloriosa carrera registra 734 goles oficiales. Paolo Rossi, “pichichi” del Mundial de España en 1982 apenas alzaba 1,74 metros. Ya la corpulencia y la estatura dejan de ser obligatorias para los delanteros de área; la movilidad, el oportunismo y la agilidad para eludir el combate con los defensores centrales se convierten ahora en activos imprescindibles: David empieza a vencer a Goliat.

Todo cambia: en los años 70 la Naranja Mecánica irrumpe con su fútbol total, un novedoso sistema basado en “el equipo de oro” magiar. Presión constante, rotación, posicionamiento y jugadores multifuncionales enloquecían a cualquier sistema defensivo; en aquellos tiempos, los jugadores eran demasiado especializados y los esquemas bastante estáticos. Si bien los holandeses contaban con tres delanteros nominales, por la constante rotación cualquiera irrumpía en el lugar del 9 y este cumplía distintas funciones en otros puestos; un fútbol muy dinámico, trasplantado enseguida al Barcelona. 

Brasil, mina de enormes futbolistas, tuvo un par de goleadores distintos, pero igual de letales: el pequeñín Romario (1,67 metros) y el robusto Ronaldo (1,83 metros), El “Chapulín”, de conducta displicente y anotador implacable, acumulaba goles y títulos con pasmosa facilidad. Oficialmente registra 772 goles, 15 más que Pelé, y es el cuarto goleador histórico del mundo; en Brasil, es superado únicamente por Pelé, Neymar y Ronaldo. “El fenómeno” Ronaldo, lejos de tan luminosas cifras, tuvo el récord del máximo goleador de los mundiales (jugó 4) con un contundente promedio de 15 tantos en 19 partidos, apenas sobrepasado por Miroslav Klose (16 tantos en 24 encuentros), también en 4 mundiales. 

Desde los años 70 a estos tiempos, cada época tuvo cañoneros excepcionales que jugaban en relación con los sistemas de sus tiempos, con funciones cambiantes. Ya no se juega tanto a estilos de países o épocas; cuentan más las orientaciones técnicas en función del rival y según las características de cada jugador.