Juan Rulfo y la literatura del desarraigo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Literatura telúrica es la que se refiere a la tierra. Generalmente encontramos obras en las que la naturaleza nos acompaña, nos rodea y hasta devora a los personajes. ‘La vorágine’ es una de ellas. Hablaremos hoy de ‘El llano en llamas’, de Juan Rulfo, relatos en los que el escritor mexicano muestra territorios casi despoblados, como lo hace también en ‘Pedro Páramo’.  


Tal parece que el canto de los gallos, de las narraciones optimistas en otros autores se cambiara por la presencia de perros en los cuentos de Rulfo. Así, en ‘La Cuesta de las comadres’ leemos: “Luego volvían los Torricos. Avisaban que venían desde antes que llegaran, porque sus perros salían a la carrera y no dejaban de ladrar hasta encontrarlos.” En ‘El hombre’ encontramos: “Tocó la puerta sin querer, con el mango del machete. Un perro llegó y le lamió las rodillas, otro más corrió a su alrededor moviendo la cola.”

Ciertas alusiones al papel premonitorio del ladrido de los perros tenemos en ‘Nos han dado la tierra’, en ‘Luvina’ y en ‘¿No oyes ladrar los perros?’ En el segundo de estos relatos se subraya que es “un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros”. En el último de estos cuentos mencionados se nos señala, desde el título, la importancia de los perros: ellos nos anuncian cuándo se está cerca del pueblo; cumplen la función de heraldos, a falta de seres humanos en los contornos.

Otra constante en las obras de Rulfo es lo que podríamos llamar la “deshabitación”. Los lugares de ‘El llano en llamas’ son poco menos que comarcas deshabitadas. Nadie llega a un pueblo para quedarse en él; por el contrario, se advierte el deseo vehemente de abandonarlo; o se cuenta cómo alguien dejó una aldea con la esperanza de no volver allí jamás. Así ocurre en ‘Luvina’, donde un personaje dice: “… pero a mí no me cuesta ningún trabajo seguir hablándole de lo que sé, tratándose de Luvina. Allá dejé la vida… Fui a ese lugar con mis ilusiones cabales y volví viejo y acabado. Y ahora usted va para allá… Está bien.

” En ‘La cuesta de las comadres’ la referencia a la deshabitación es más directa, desde la primera página: “… la Cuesta de las comadres se ha ido deshabitando. De tiempo en tiempo, alguien se iba, atravesaba el guardaganado donde está el palo alto, y no volvía a aparecer ya nunca. Se iban, eso era todo.”

En ‘Nos han dado la tierra’ los obrajeros, a quienes el gobierno les había asignado vastas extensiones desérticas, ni siquiera se detienen sobre la tierra prometida. Siguen de largo hasta llegar a un pueblo donde no tienen cabida; descubren que el mundo es ancho pero también es ajeno; no les pertenece. De esta forma, ni fundan una aldea ni pueden permanecer en otra que les resulta extraña.

Aun los personajes solitarios son trashumantes en estos territorios tostados por el sol. En ‘El hombre’ hay una huída, una partida hacia lo desconocido porque lo conocido no ofrece garantías.

El personaje se aleja cada vez más de su hogar: ya no regresará jamás. Pero hay también una huída no material. En ‘Talpa’ el hermano de Tanilo y la mujer de este, Natalia, se enfrentan a un exilio sicológico, pues necesitan huir de sí mismos, del tormento de sus conciencias, refugiándose, precisamente, en sus propias conciencias. ¡Hasta en ese aspecto están condenados los personajes de Rulfo!: “Y yo comienzo a sentir como si no hubiéramos llegado a ninguna parte; que estamos aquí de paso, para descansar, y que luego seguiremos caminando.

No sé para dónde, pero tendremos que seguir, porque aquí estamos muy cerca del remordimiento y del recuerdo de Tanilo.” Es muy difícil encontrar más soledad, más deshabitación y más desarraigo en una obra diferente de ‘El llano en llamas’.