Robots profesionales

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La robotización es un hecho, y avanza inexorable.


Enormes factorías, bodegas, almacenes o asesores virtuales trabajan 24/7 todo el año, especialmente en Asia, Europa y Estados Unidos; han reemplazado mucha mano de obra no calificada con estas prodigiosas máquinas.

La robotización va mucho más allá de “Arturito” (R2D2), ese pequeño droide de Stars Wars, o los brazos mecánicos; hay autómatas de muchas clases, capaces de realizar cualquier tarea.

En el primer mundo la robotización ha eliminado muchos puestos de trabajo manual, pero ha creado otros nuevos, calificados y mejor pagados, favoreciendo al trabajo intelectual.

No sabemos por estos lares si con el desarrollo futuro la destrucción de empleos irá a la misma velocidad de la creación de otros nuevos; la respuesta para cada nación está en la educación y la industrialización orientada al siglo XXI.

Corea del Sur es el país más robotizado del planeta; más de 1.000 robots por cada 10.000 puestos de trabajo. Como región, Europa cuenta con unos 106, América 91 y Asia 75.

Los coreanos, más que considerarla una amenaza, vieron en la robótica grandes oportunidades, conviven amigablemente con ella y la aprovechan al máximo.

Cualquier campo profesional cuenta con cobots (robots colaborativos); por ejemplo, trabajan en situaciones de alto riesgo para los humanos, como áreas contaminantes o de temperaturas extremas, en zonas estériles o realizando tareas de altísima precisión.

Las modernas fábricas de medicamentos son enormes robots realizan todo el proceso casi sin intervención humana, al igual que en la industria de automóviles o microchips, en control de calidad, atención al cliente y servicios diversos.

Hace unos años, Intel desarrolló una nariz artificial con capacidad olfativa al nivel de humanos y animales; denominan ingeniería neuromórfica al encuentro entre las neurociencias y la inteligencia artificial.

Ese microchip imita el funcionamiento de los circuitos olfativos cerebrales; reconoce sustancias tóxicas, distingue miles de olores y aprende otros nuevos.

Fue creada para detectar narcóticos, explosivos y otras sustancias peligrosas. Más recientemente, se emplea en la detección de algunas enfermedades mediante el olor del sudor, la respiración y otras emisiones corporales, y seguramente llegará a los hogares para evitar accidentes por humo o monóxido de carbono; las neveras inteligentes detectan los olores de alimentos previniendo su descomposición.

La robótica ha incursionado en tareas que hace poco parecían inalcanzables: la gastronomía, por ejemplo.

Moley Robotics creó un robot capaz de elaborar unas 5.000 recetas.

Dispone de 2 brazos mecánicos, accesorios de cocina y dispositivos especiales para desarrollar su labor.

Se conecta con internet, puede descargar recetas y actualizar su software. Además, ¡limpia su puesto de trabajo! En Francia, un robot desarrollado por la empresa Pazzi elabora pizzas; se mencionan restaurantes ocultos que envían domicilios de comida elaborada por estas máquinas.

En un futuro cercano podrán copiar preparaciones de grandes cocineros, las hábiles manos robóticas harán cortes perfectos, lograrán presentaciones impecables, superarán al promedio y, con estandarización, reproducirán platillos consistentemente iguales.

Los restaurantes que ocupen a esos robots podrán trabajar 24 horas sin afectar la productividad por cansancio, minimizando errores; los ingenieros, desde puestos remotos, vigilarán el funcionamiento de los aparatos; habrá robots encargados de pedidos y alistamiento de la materia prima para mantener una producción continuada.

En lo personal, no me imagino a un robot al nivel de los grandes artistas de los fogones; una cosa es copiar (incluso mejorar), otra investigar y es muy distinto crear.

No veo a esas máquinas montadas en un caballo adentrándose en la selva, interactuando con cocineros ancestrales al lado de un humeante fogón de leña, entendiendo el particular lenguaje de esas comunidades, aprendiendo de nuevos sabores, productos y técnicas atávicas y, menos aún, integrándolos a una cocina de experimentación como lo hacen Alex Quessep y Leo Espinosa en Colombia, Virgilio Martínez o Gastón Acurio en el Perú.

El arte tiene sentido y aplica sentidos, sensaciones y sentimientos que esas máquinas no poseen. Por ahora, considero que los robots no alcanzarán la creatividad humana.