Leonardo Gutiérrez Berdejo y su literatura crítica y alucinante

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Hay una verdad preocupante: a la literatura colombiana no se le concede la importancia que merece.

En las aulas, los estudiantes leen fragmentos de obras seleccionadas por los profesores; ni siquiera son textos completos, lo que les permitiría iniciarse en la crítica literaria o, por lo menos, emitir conceptos sobre lo leído o sobre su respectivo autor.

Además, dichos fragmentos muchas veces corresponden a obras escritas en idiomas diferentes al castellano.

Aunque es difícil recuperar el tiempo perdido, es hora de reivindicar los nombres y los méritos de nuestros escritores.

La fama de Gabriel García Márquez opacó por varias décadas a los autores latinoamericanos.

Cualquier expresión o frase autóctona del Caribe, detectada en un cuento o novela, era señalada como propia del lenguaje macondiano; durante un largo tiempo, muchos escritores costeños se abstuvieron de utilizar palabras, dichos y modismos que el Nobel colombiano hizo famosos en sus escritos.

Fue una injusticia, por supuesto, porque el acervo lingüístico de los pueblos de la costa Caribe pertenece a cada uno de los hablantes de ese territorio.

Nuestros ancianos contaban anécdotas y leyendas con los mismos términos usados por los abuelos de García Márquez.

Otra cosa es que más tarde, al tratar de escribir textos literarios, no fuésemos capaces de igualar o superar la maestría del “hijo del telegrafista de Aracataca”.

Volvamos a nuestra preocupación inicial.

En escuelas y colegios se deben dar a conocer obras de autores colombianos como Jorge Franco (“Paraíso Travel”), Eduardo Mendoza (“Satanás”), Santiago Gamboa (“Hotel Pekín”), Piedad Bonnett (“Lo que no tiene nombre”), Laura Restrepo (“Delirio”), William Ospina (“Las auroras de sangre”), Juan Gabriel Vásquez (“El ruido de las cosas al caer”), Pilar Quintana (“Los abismos”) y otros escritores que enriquecen la literatura de nuestro país.

Pero no hay que detenerse en esta corta selección. Hace unos días cayó en nuestras manos una novela de Leonardo Gutiérrez Berdejo.

Ya habíamos leído de él “La Cumbre y el Círculo del fuego”, publicada en el 2020; ahora nos atrapó la trama de “Los silencios del miedo”.

Leonardo Gutiérrez Berdejo nació en Barranquilla y pasó gran parte de su vida entre esa ciudad y Sabanagrande, municipio del departamento del Atlántico.

Es economista y profesor universitario en Bogotá.

Como escritor, en varios de sus trabajos toma como eje la codicia unida a la ambición por el poder, todo ello envuelto en el inevitable manto de la corrupción.

El autor se vale de su formación profesional para tratar situaciones relacionadas con la socioeconomía y en algunos pasajes se vislumbra una alusión al manejo político que impera en la administración pública de nuestro país.

En “Los silencios del miedo”, Leonardo Gutiérrez relata una historia ficcionada en la cual el puerto colombiano de Gambote, en el departamento de Bolívar, y la imponente ciudad de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, juegan papel importante.

Personas exóticas, de nombres extranjeros, se mezclan con lugareños y desarrollan una intriga interesante que solo al final el lector logra comprender.

La corruptela gubernamental campea en la obra; nombres de sitios y de potentados influyentes nos mantienen en contacto con realidades recientes.

Sitios y personajes como “La Celebérrima” y “El Encomendador”, respectivamente, nos transportan a épocas recientes de la vida colombiana.

“Los silencios del miedo” es una novela para analizar, para tomar conciencia, pues al mismo tiempo que destaca la opulencia, muestra la cara de la miseria y de la degradación del ser humano.

Como muestra de lo anterior, citamos un pequeño fragmento: “Desesperadas por la sofocación o por sus necesidades alimentarias, las jóvenes se alzaban la falda en las calles, esperando a quien aplacara cualesquiera de las dos cosas”. (p. 178).