Santa Marta se precipita hacia sus 500 años

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Celebramos hoy un aniversario más de Santa Marta, considerada “materna ciudad” en su primer himno; ahora la llamamos “dos veces santa” cuando entonamos ese símbolo de nuestro terruño. Esta reseña no se referirá a la historia archiconocida de esta comarca; tampoco abordaremos de manera crítica las causas de su lento desarrollo por la desidia ancestral de sus habitantes y la rapiña desaforada de sus gobernantes. Por ahora, hablemos de cuestiones más entrañables. Rememoremos episodios lejanos ya en el tiempo. Casi se siente el olor de los recuerdos, aunque las calles y solares hayan sido tapados por el concreto y por edificios, lo que impide a los niños de hoy levantar el polvo con sus pies descalzos o cazar pequeños reptiles entre abrojos y verdolagas.

Los personajes de la infancia nos asaltan cuando recorremos los territorios que transitábamos por obligación o por puro gusto. Se le dice al amigo: “Este era el camino viejo de Mamatoco. La arena era gruesa y por aquí corría una acequia; a cada lado había hortalizas…”. Casi siempre el acompañante de turno –que ha llegado a la ciudad hace apenas cuarenta años– duda de la veracidad de lo que escucha. Mucho menos puede creer que el tren paralizaba la ciudad cuando se detenía durante horas con sus decenas de vagones cargados de bananos –para nosotros, guineos’–. Entonces los automóviles y camiones quedaban inmovilizados a uno y otro lado de la vía, mientras los peatones pasaban por debajo de los vagones o por encima del mecanismo de enganche de los mismos.

Nos viene a la memoria la opinión de una ilustre dama samaria, reconocida gestora cultural, quien textualmente nos dijo: “En una ocasión tuve que rechazar un proyecto sobre Santa Marta y sus tradiciones porque consideré que un trabajo de esa clase no puede dejar de mencionar a Manuelito Corvacho”. Tenía razón. Manuelito Corvacho era un señor bastante moreno, bajo de estatura; su particularidad consistía en pregonar con una bocina los bandos de la alcaldía y los programas de los cines de la ciudad. Parado en una esquina, anunciaba lo que se le encargaba. Siempre iniciaba y concluía su pregón con una frase imperativa: “¡Óigase bien!”.

Sí, señores: Santa Marta era distinta. ¡Claro que lo era! En cuanto a cines, en el “Variedades” reinaba un señor de apellido Mercado. Se encargaba de la portería del cine, por la calle 11 (Cangrejal) y puede afirmarse que “conocía a todo el mundo”. Muchachos y adultos aparecían por ese local con la intención de entrar gratis a la segunda película de la función “nocturna”. Para lograr su propósito compraban una arepa asada, con abundante queso, que vendían en la calle, frente a la entrada del cine. De esa manera pretendían engañar al señor Mercado haciéndole creer que habían salido en el intermedio, cuando en verdad acababan de llegar desde sus respectivas casas. Pero el portero conocía a todo el mundo y con energía espetaba: “¡Tú no estabas adentro!”, y procedía a bloquear la entrada al avivato de turno. Cuando se trataba de un niño, el señor Mercado le decía lo mismo, pero además lo tomaba por una oreja y lo ponía de patitas en el andén. A veces agregaba: “¡Se lo voy a decir a tu papá!”.

En otro cine de la ciudad el portero era un conocido boxeador profesional. Allí no había intento de fraude. Pero los porteros no estaban exentos de sufrir las agresiones y embates del público cuando los más osados decidían entrar a la brava a su espectáculo preferido. A veces lanzaban “paracos” (avisperos o nidos de avispas, hay que aclarar en estos tiempos de motosierras) contra los porteros y aprovechaban la confusión para entrar a la sala de cine sin pagar la boleta. Con frecuencia la cinta se reventaba y aparecía la palabra FIN. Son épocas que pasaron al olvido, porque ahora Santa Marta es distinta… y se acerca a su quinto centenario.