Arte falsificado

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿Sabía usted que Michelangelo falsificó una estatua? Efectivamente, con 21 años, copió a “Eros durmiente”, una obra del siglo III AC y la hizo parecer antigua. La vendió al cardenal Raffaele Riario, sobrino de Sixto IV. Cuando se descubrió el engaño, Buonarroti era ya la máxima figura del arte en Roma gracias a la Pietà., exhibida en la Basílica de San Pedro. Se cuenta que el escultor italiano falsificó dibujos antiguos; ¿aprendizaje, broma, negocio? En cualquier caso, eran trabajos magníficos.
Considerado poco original, Han Van Meergeren decidió vengarse de sus críticos: falsificó obras de Pieter de Hooch, Gerard ter Borch y Johannes Vermeer. “Si eso quieren, eso tendrán”, dijo. Además, estafó al gobierno holandés con sus versiones de la “Cena en Emaús” y “El lavado de los pies”, pinturas que hoy están en el Museo Boijmans, Rotterdam. En busca de poseer todos los Vermeer, Hitler robó dos de sus obras apócrifas. Elmyr de Hory, otro impostor, viajó a París buscando reconocimiento y dinero cuando la Ciudad Luz ebullía de nuevas corrientes artísticas. Allí conoció a Matisse, Derain y Picasso; copió al malagueño y vendió sus réplicas como originales. Siempre se presentaba como el marchante de esas obras, no como su autor. Degas, Modigliani y Renoir también fueron imitados. Engañó a muchos museos y hasta Picasso dio por auténtica alguna falsificación de Hory.

Detectar los fraudes requiere de conocimiento, experiencia, intuición y apoyo de la ciencia; para los expertos, casi siempre es tarea fácil. En otras ocasiones, resulta casi imposible hacerlo. Inclusive, obras falsas pasan como auténticas y siguen circulando en el mercado. Los círculos cerrados de galeristas y famosos estimulan las falsificaciones; algunos farsantes hacen ingeniería inversa, diseñando bocetos en papel antiguo a partir de obras terminadas. Quienes tienen conexiones y utilizan estas prácticas logran vender sus falsificaciones a compradores incautos, incluso a versados marchantes; no siempre los expertos aciertan. Erik Hebborn en su libro revela sus trucos y cómo insertar obras en las exposiciones; hay museos que poseen sus adulteraciones.

Un escultor desconocido, “El maestro español”, crea bustos y cabezas con especial destreza para engañar a los peritos. Las cabezas de Trajano Decio, Balbino, Publio Septimio y una princesa africana han llegado a museos y casas de subasta. Se cree que el impostor vive en Nápoles y se apoya en la mafia para comercializar sus falsificaciones. El experto alemán Stefan Lehman puede reconocer los trazos del plagiador. Para exponer el fraude del brillante criminal, usa tecnología de punta; con ella pudo verificar el uso de moldes recubiertos con metales antiguos, muy bien trabajados y “recién envejecidos” que confieren el efecto de antigüedad.

También en Nápoles, y con ayuda de la Camorra y del propio director Marino Massimo de Caro, fueron robados de la biblioteca Girolamini, la más antigua de la ciudad, más de 1000 libros, entre ellos unos 100 incunables. Desaparecieron tratados de Copérnico y Kepler, además de los escritos de Atanasio Kircher. Cuando fue arrestado, De Caro tenía un “ejemplar único” de Galileo, otra descomunal mentira. Hubo otro plagio, “Siedereus Nuncius”; según esa obra, Galileo habría afirmado que la superficie de la luna no es lisa y está llena de cráteres. El libro de Caro no se parece a los originales, unos 550, puesto que tiene ilustraciones nunca publicadas por el monje astrónomo; ese era el gancho comercial. Inicialmente, el anticuario Richard Lan y el experto Horst Bredekamp lo dieron como legítimo. Pero Nick Wilding descubrió el fraude y logró el apresamiento del italiano tramposo.

Creyéndole refugio seguro, la inversión en arte es terreno fértil para estafadores. La falsificación, muy antigua, se incrementó en el siglo XIX con el auge de los museos y compradores estadounidenses de arte europeo. El registro minucioso de las obras protege a marchantes y artistas de los delincuentes. Por ejemplo, Paul Klee no puede ser falsificado. Pero con otros autores, entre prolíficos y desordenados, el fraude hace su agosto. Algunos hablan; los demás callan.