Entre libros relegados, verdaderas joyas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Las librerías que realmente merecen ese nombre destinan una sección –casi escondida– a la exhibición y venta de libros que en su momento no fueron adquiridos por el público. Por lo general, se trata de estantes alejados de la vista de los parroquianos, con lo cual adquieren una categoría comparable a la de los desplazados, que no por esa condición son inservibles. Y en verdad, son desplazados por las obras que llaman la atención de los lectores. Sin embargo, entre esos libros relegados al olvido muchas veces encontramos verdaderas joyas literarias, cuando no compendios de instrucciones o de recomendaciones para hacer mejor las cosas.

Hay personas dedicadas exclusivamente a la venta de libros viejos. Los más conocidos en el mundo occidental son los expendedores de textos raros y antiguos, establecidos en las orillas del río Sena, en París, muy cerca del Barrio Latino. Se los conoce como los ‘bouquinistes’, porque en francés ‘bouquin’ significa libro viejo. Allí, en sus quioscos, venden su mercancía a intelectuales verdaderos y aun a los de nuevo cuño.

En algunas librerías importantes del país hemos encontrado esas secciones apartadas donde reposan obras que no han perdido mérito, a pesar del tiempo. En ocasiones algunos textos sufren el deterioro causado por la humedad; sus páginas, aparecen compactadas y separarlas requiere sumo cuidado. En esos casos no es relevante buscar la fecha de su edición, mucho menos importa saber hasta dónde ha descendido su precio con el correr de los años; solo interesa el contenido. De esa manera compramos una vez, por pocos pesos, un libro excelente: “El Mediterráneo es un mar joven”, del escritor colombiano Eduardo Mendoza Varela. Mediante su lectura nos dejamos llevar por los escarpados senderos de las islas Córcega y Cerdeña y dimos un rápido vistazo a Grecia con sus históricos monumentos; en fin, viajamos por territorios bañados por el Mar Mediterráneo.

El comprador de libros viejos puede pasar horas enteras delante de un estante antes de pagar por su compra. Podría pensarse que medita sobre el costo de una obra; sin embargo, eso es lo de menos, pues estos ejemplares, sin excepción, muestran una serie de precios tachados, siempre en descenso, hasta terminar con el que en ese momento debe pagar el cliente. Lo que en realidad evalúa el comprador es el contenido del libro, para lo cual revisa el índice en busca de temas de interés.

Recientemente, en una librería de Santa Marta encontramos uno de esos libros que debieron merecer mejor suerte cuando fueron expuestos por primera vez. Se trata de “Los buscadores de oro”, de Augusto Monterroso. En esa obra el narrador guatemalteco describe escenas de su vida, desde la infancia, sin omitir detalles que los lectores quisieran conocer. La prosa de Monterroso es de lo más castizo que se pueda encontrar. Sin embargo, en nuestra ciudad no se conoce suficientemente a este narrador centroamericano. Tal vez por eso no se vendió aquí el libro “Los buscadores de oro”. Monterroso es autor del que se considera el cuento más corto, compuesto por solo siete palabras; todo el texto dice así: ‘Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí’.

En los cementerios de libros viejos reposan los esfuerzos literarios de muchos autores que con entusiasmo y desprendimiento sembraron un grano de cultura. Por eso, buscar, comprar y leer libros marginados por los libreros en la trastienda de sus negocios es, sin lugar a dudas, una actividad gratificante para las personas que la disfrutan. Para esos lectores acuciosos no existe la prisa; no transcurre el tiempo que dedican a la contemplación de la obra que acaban de adquirir; tampoco disimulan la alegría interna que les brinda el saber que llevan consigo un invaluable tesoro. ¡De cuánta información se pierden quienes no son capaces de hojear y ojear un libro que, a pesar de sufrir el rigor del exilio, no deja de ser interesante!