Los vulgarismos son palabras perniciosas

Columnas de Opinión
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger

Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



De la corrección idiomática se ha dicho mucho; innumerables son los tratados. Para disertar sobre la lengua castellana, su importancia, desarrollo y posibles amenazas, la Universidad del Magdalena desarrolló un conversatorio hace unos años.
Recibí la invitación respectiva y tuve la oportunidad de compartir en esa charla con la doctora Angélica Hoyos, egresada del Instituto Caro y Cuervo, y con la licenciada Ana Milena Arrieta, estudiante de la Maestría en la enseñanza del lenguaje y la lengua castellana. A este acto asistieron numerosos estudiantes, no solo del programa de Lenguas Modernas de esa universidad sino jóvenes interesados en escuchar respuestas a sus inquietudes alrededor de nuestro idioma. Por considerar de algún interés el desarrollo de este conversatorio, hoy transcribo, resumido, el texto de mi intervención.

En vez de resaltar las bondades del castellano, prefiero llamar la atención sobre ciertas amenazas que enfrenta la lengua cervantina. El vulgarismo es uno de sus enemigos solapados. Llamamos vulgarismo el empleo de palabras que, sin ser obscenas, contribuyen al empobrecimiento del idioma porque no aportan nada de valor a nuestra lengua. Como ejemplos tenemos los términos ‘vaina’, ‘cosa’, ‘algo’ y ‘eso’. Con ellos, el hablante evita asignar los nombres precisos a realidades y objetos que debe mencionar. Los usuarios de la lengua española debemos condenar el uso de vulgarismos porque limitan nuestro vocabulario.

Hace apenas unos días, en una clínica de la ciudad, escuché decir a una profesional de la medicina: “Cógeme ese cosiánfiro, que siempre olvido colgármelo en el cuello”. La enfermera, muy solícita, le entregó el citado “cosiánfiro”. Con el temor de exponerme a una respuesta áspera por parte de la galena, me atreví a decirle: “Doctora, yo no soy médico pero sé que lo que usted le solicitó a su asistente se llama fonendoscopio; también se le dice estetoscopio, ¿no es cierto?”. “Claro que sí –me respondió– pero ella me entendió”. Es una prueba de que muchos hablantes se conforman con que el lenguaje les sirva solo para comunicarse. También habría podido señalárselo con un movimiento de los labios, o con el dedo, como ocurría en los primeros días de Macondo.

Un profesor nos contaba que mientras esperaba ser atendido en uno de los negocios cercanos a esta universidad pudo escuchar parte del diálogo que una de sus alumnas sostenía por celular con una amiga. La universitaria trataba a su interlocutora con el término ‘marica’. Utilizó este vulgarismo-muletilla no menos de quince veces. Al terminar y descubrir que su profesor había escuchado su pobre vocabulario, le dijo: “Profe, no vaya a creer que yo siempre hablo así”.

Otra señal de que se tiene un lenguaje deficiente es el uso de muletillas. Son palabras o expresiones que incluimos con demasiada frecuencia dentro de un discurso. Mientras nos apoyamos en ellas, inconscientemente tratamos de ganar tiempo para que aparezca en nuestro vocabulario la palabra o contenido que necesitamos. Es desesperante escuchar a un hablante que abusa de muletillas. Hace unos años estuvo de moda la muletilla ‘o sea’. Muchos hablantes hasta la escribían ‘osea’ y con frecuencia pronunciaban ‘sea’. Cuando se les indicaba que debían sustituirla por ‘es decir’, convirtieron esta última expresión en muletilla. Uno de los temas preocupantes es el uso del lenguaje por parte de los jóvenes. Existe el temor de que los avances de la informática y de la tecnología atenten a corto plazo contra la integridad del idioma castellano. Al respecto, es conveniente señalar que cada usuario del chat (la mayoría) utiliza en su particular parlamento palabras apenas comenzadas y abreviaturas insospechadas, inventadas por ellos mismos en un código por lo menos audaz. Más aún: emplean símbolos que, si fuesen muchos, convertirían el texto en un verdadero jeroglífico. Pero, por muy absurdo que parezca, no debemos alarmarnos por estas ‘novedades’, porque la lengua es un sistema, y como tal, resiste la aparición de manifestaciones que, absorbidas por este sistema, al final pueden servir para reforzarlo


Más Noticias de esta sección