Pecados de la industria de la moda

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿Qué relación existe entre un desfile de modas en París con unas protestas en Myanmar? ¿Cómo se conecta Milán con Camboya? ¿Qué tiene que ver el trabajo esclavo con el desierto de Atacama? Un terremoto ocurrido en 2013 en Dhaka, Bangladesh nos da las respuestas; el derrumbe de una fábrica de confecciones destapó el lado oscuro de la industria de la moda. El edificio Rana Plaza se desplomó arrastrando una enorme tragedia: 1130 personas fallecidas, mayoritariamente mujeres, pero también algunos niños, muchos heridos y bastantes lisiados; 5000 cuasiesclavos entregaron su vida y esfuerzos a la industria de la moda en las más precarias condiciones a cambio de unos cuantos dólares. Lo irónico es que, de ahí, de la infame explotación del ser humano, salen productos elaborados a bajo costo a surtir exclusivas boutiques en todo el mundo y generar millonarias utilidades. Los heridos e impedidos laboralmente fueron despedidos y sustituidos ante la indolencia del estado de Bangladesh; trataron inútilmente de recuperar sus trabajos.

En el sudeste asiático hay permanentes protestas de los trabajadores de esa industria. La desregulación promovida por el neoliberalismo permite la infame explotación de los operarios de casi que cualquier industria; muchas veces sin contratos, o arreglos leoninos que las autoridades de muchos países del tercer mundo prefieren ignorar. Jornadas de 12 o más horas, 6 días y a veces 7 días a la semana, en hacinamiento, sin seguridad laboral, pagas precarias y retrasadas, y hasta despidos con palizas en caso de reclamación. A veces las autoridades son copartícipes. Las utilidades que genera esa cuasiescalvitud a los países son casi un chantaje; las empresas se mueven a naciones que ofrezcan “mejores condiciones”. Una suerte de esclavitud moderna manipulada con el poder del dinero.

La acreditada curtiembre italiana es nutrida por pieles de granja procedentes de subcontratistas de la China, quienes omiten las regulaciones internacionales y las buenas prácticas de las que muchas veces alardean marcas prestigiosas. Varios informes y documentales sustentan esta denuncia. Los trabajadores de las factorías toscanas, casi siempre orientales o africanos que laboran en penosas condiciones, tienen el doble de probabilidad de sufrir accidentes laborales que los italianos. El producto terminado aparecerá en lujosos almacenes a precios hasta cientos de veces su costo de fabricación. La cuota peletera es de 70 millones de animales mantenidos en condiciones infames en toda China y el norte de Europa, y sacrificados para surtir las fábricas que producen a mínimo costo con destino a lujosos almacenes “de marca” en Dengta “la capital del cuero y la piel”, a unos 700 kilómetros de Beijing, y muchos otros países. En las boutiques europeas no tienen clara la procedencia de las pieles y el lugar de fabricación de esos mismos artículos.

En nuestro continente también hay pecados; la “fast fashion”, una moda pasajera también llamada moda tóxica. En su afán de producir la mayor cantidad de dinero posible esta industria produce prendas para temporada que muchos compradores desechan pocos meses después, casi siempre en buenas condiciones. Entre creativos, influenciadores pagos y avasallantes campañas publicitarias convencen al público de “estar a la moda”, no solo en ropa sino en accesorios. Así, millones de artículos salen del primer mundo para los mercados de ropa usada en países tercermundistas. Pero la ropa que no puede ser vendida en USA o en mercados de Colombia (tallas grandes o defectos de fabricación) termina en grandes vertederos de ropa en el desierto de Atacama en Chile, o ropa desechada en Europa va al mercado gigante de Kantamanto en Ghana. Las cifras son escalofriantes: solo se reúsa el 10% de la ropa desechada por los europeos; 400.000 toneladas llegan anualmente al país africano. En Chile reciben unas 60.000 toneladas, y un tercio va directo al desierto.

Para fabricar un jean se requieren 7500 galones de agua; los textiles actuales demoran unos 200 años para destruirse. ¿Seguiremos patrocinando a la segunda industria más contaminante del planeta?