Julio Cortázar más allá de “Rayuela”

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Puede afirmarse que con “Rayuela”, publicada en 1963, comenzó el llamado ‘boom literario latinoamericano”. El mundo de la literatura volvió sus ojos hacia América Latina y descubrió que el idioma español permitía un tratamiento diferente al que se acostumbraba en España. No obstante las obras de narradores como Alejo Carpentier y Miguel Ángel Asturias, muy conocidos en Europa, y de autores como Ernesto Sábato, Juan Carlos Onetti y Juan Rulfo, los lectores del Viejo mundo ignoraban lo que por estas tierras ocurría con el manejo de la lengua de Cervantes. Claro que ya descollaban con luz propia Borges, Neruda y admiraban a Rubén Darío y sus innovaciones dentro del modernismo literario.

Julio Cortázar llegó a París en 1951. Gobernaba en Argentina Juan Domingo Perón, militar que había subido al poder en 1946. La sensibilidad de Cortázar no pudo resistir la estridencia resultante del populismo peronista en su afán por opacar el ambiente cultural tradicional. Dice Cortázar: «Nos molestaban (a los intelectuales) los altoparlantes en las esquinas gritando: “¡Perón, Perón, qué grande sos!”, porque se intercalaban con el último concierto de Alan Berg que estábamos escuchando».
Ya en Francia, Cortázar, dotado con una beca de estudios, prolongó su permanencia y más tarde se convirtió en ciudadano francés. Trabajó para la Unesco y no dejó de escribir. Entonces aparecieron “Final de juego”, “Las armas secretas” y “Todos los fuegos el fuego”. También escribió “Los premios”, “Historia de Cronopios y de Famas”, “La vuelta al día en ochenta mundos”, “Un tal Lucas”, entre otras obras.

“Rayuela” revolucionó la lengua castellana. Esta obra, que desde el comienzo concede licencia al lector para que la lea en el orden que mejor le parezca, llamó la atención de los críticos y hoy sigue siendo objeto de estudios y tesis de grado en instituciones de enseñanza. Pero la actividad de Cortázar no se circunscribe solo a la literatura como arte. Su permanencia en el país galo era voluntaria cuando solicitó la nacionalidad francesa en los años setenta; sin embargo, en 1976 su exilio se convirtió en forzoso, pues su libro de cuentos “Octaedro” (1974) mereció la condena de la Junta Militar argentina de ese momento.

Resultado de su actividad política permanente es la publicación del “Libro de Manuel”, novela en la que se muestra solidario con las protestas sociales. Cortázar entregó los derechos de autor a las familias afectadas por la dictadura del general Lanusse en Argentina. Más tarde, cuando por la misma obra le concedieron el Premio Médici, ese dinero contribuyó a sostener la causa chilena en contra de las torturas del general Pinochet. No en vano el autor había formado parte, junto con García Márquez, del Tribunal Russell para el análisis y la consiguiente condena del dictador. Son palabras de Cortázar: “Si yo me hubiera quedado en Argentina probablemente no habría llegado a entender nunca lo que pasaba en mi propio país”.

Cuando Cortázar tomó contacto con la Revolución cubana comprendió que “hay un destino latinoamericano en juego”. Lo afirma convencido: “Ya no es posible refugiarse en la torre de marfil de la literatura pura, el cine puro, la pintura pura. Hay que estar ligado de alguna manera al destino de nuestros pueblos”.

No hay que seguir al gran escritor argentino solo en las páginas de “Rayuela”, o en su “Extravagario” o en “El perseguidor”, en las que se muestra más preocupado por la estética que por la política. El verdadero Cortázar está atomizado en su literatura pero también en su acción por fuera del arte. El 26 de agosto se cumplió un aniversario más de su nacimiento en Bruselas, Bélgica. Falleció el 12 de febrero de 1984 en París.