¿Qué sigue?

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



Trump ganó, incluso si finalmente pierde la presidencia de los Estados Unidos.  Tendemos a analizar los sucesos políticos conforme a nuestros propios filtros históricos y atávicos; sin duda, los filtros de la mayoría del mundo son caudillistas, y bajo estos filtros, el mundo celebra la derrota de Trump.

La política es un juego mucho más complejo, y en un país donde hay verdadera separación de poderes, como los Estados Unidos, el juego es a tres bandas y tiene varios tiempos.  Si Biden ganara, pero el partido Republicano logra mantener la mayoría en el Senado, Biden se vería en serios aprietos para implementar su agenda.  Hoy el balance en el Senado es 48 demócratas contra 50 republicanos, quedando en Georgia dos sillas por definir el 5 de enero entrante.

El legado de Trump perdurará no solo por haber logrado nombrar tres magistrados conservadores en la Corte Suprema y darles a los conservadores una cómoda ventaja de 6 contra 3, y además haber llenado de jueces conservadores las cortes de apelación federales sino también porque logró re energizar al partido Republicano y devolverlo a sus raíces y convertirse en el partido de la clase trabajadora.  Esta última afirmación fue confirmada por los resultados en la Cámara de Representantes, mucho más representativa del país, donde el partido Republicano no solo ganó escaños dejando a los demócratas con la mayoría más débil desde el New Deal sino que los escaños republicanos fueron ganados por mujeres y minorías.  

La realidad es que Trump tiene más de 73 millones de votos, y este es un capital político formidable.  Es aún más increíble cuando se piensa que aun desde antes de posesionarse, Trump ha sufrido el ataque inclemente de los medios mundiales, dedicados a distorsionar su imagen, ataques de la mayoría demócrata en la Cámara baja y gobernadores afines, y el ataque de funcionarios de todo nivel en las distintas agencias del gobierno.  El consenso es que a Trump lo derrotaría Covid-19, y quizás un fraude masivo por medio del voto por correo orquestado bajo la excusa del peligro de contagio representado por el voto en persona.  

Cuando se entienden los cambios al interior del partido Republicano, se entiende porqué Trump no puede conceder y tiene que dar la pelea hasta el fin.  Antes de Trump, el partido Republicano se había convertido en un partido pusilánime que no peleaba y que cedía fácilmente a las exigencias de los Demócratas, pero con Trump eso cambió.  Hoy el partido Republicano es un partido de bases trabajadoras y de minorías –Trump amplió la base- y un partido combativo.  

El éxito de Trump se debe en gran parte a los resultados logrados por su gobierno y a que ha sabido contrastar las ideologías.  Hizo lo que prometió en campaña.  Los resultados fueron empañados por la pandemia pero el contraste ideológico que energiza a las bases sigue vigente.  

Ideológicamente, Trump representa el excepcionalismo estadounidense y el creer que Estados Unidos es todavía la nación más poderosa del mundo y lo será por mucho tiempo. Esto encapsulado en una frase tan sencilla como America First.  En contraste, Biden y los Demócratas representan una abdicación del sueño americano y rendición incondicional al multilateralismo; un nuevo orden mundial con una agenda progresista: igualdad universal sacrificando la libertad individual. Los Demócratas ven en el excepcionalismo estadounidense una amenaza para el mundo y por tanto, su agenda es fundamentalmente antiestadounidense. 

¿Y Colombia qué? Los países no tienen amigos.  Tienen intereses y estos definen aliados y enemigos.  Puede que el manejo de la política internacional en el vecindario cambie con Biden, y esto es normal, pero lo que definirá mayormente la agenda con Colombia, la constante, es el tema de siempre: drogas.  ¡Bájense de la nube!