Acciones bélicas en septiembre

Columnas de Opinión
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Escrito por:

José Vanegas Mejía

José Vanegas Mejía

Columna: Acotaciones de los Viernes

e-mail: jose.vanegasmejia@yahoo.es



Cada mes carga sus propios costales de hechos aciagos; pero hablemos solo de septiembre para referirnos a dos efemérides de gran significado. La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre de 1939 y terminó oficialmente el 2 de septiembre de 1945. Tuvo una duración de seis años y un día.
Han ocurrido tantas desgracias en septiembre que con frecuencia se escucha la expresión “Septiembre negro”, aunque esta denominación tiene un dueño concreto: así se autobautizó el comando terrorista palestino que en 1972 atentó y asesinó a once atletas israelíes dentro de la villa deportiva durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Munich.

También fue en septiembre el asesinato del presidente chileno Salvador Allende, quien había sido elegido democráticamente para regir los destinos de su país; el 11 de ese mes, en 1973, fue bombardeado dentro del palacio de gobierno de esa nación austral. Pero allí no para la violencia septembrina: el 11 de septiembre del 2001 el mundo contempló aterrado el desplome de las Torres Gemelas de Nueva York; hubo más de tres mil víctimas fatales. Si echamos un vistazo a la historia de Colombia nos encontramos con la “Conspiración septembrina” del 25 de septiembre de 1828, de la que se salvó el Libertador por la astucia de su amante Manuelita Sáenz.

Volvamos a la Segunda Guerra mundial, cuyos aniversarios de iniciación y término acaban de conmemorarse. Esta conflagración universal dejó un saldo de muertos difícil de precisar, aunque se estima que rondan la cifra de los cuarenta millones. Los daños materiales fueron incalculables y por culpa de este conflicto Europa perdió gran parte de su patrimonio cultural representado en monumentos y reliquias históricas. El día 2 de septiembre de 1945 se firmó el documento de rendición incondicional del Japón y con ello el final oficial de la Segunda Guerra Mundial. Ese domingo, en la madrugada, a bordo del acorazado U. S. S. Missouri, ante representantes de nueve naciones aliadas, los japoneses firmaron finalmente su rendición incondicional en la bahía de Tokio. Así terminó oficialmente la Segunda Guerra Mundial.

Podríamos imaginar la escena: los altos oficiales estadounidenses llenaban la cubierta del acorazado Missouri. En otras circunstancias hubiera sido un blanco apetecido para los aviones kamikaze nipones. Pero en ese momento el menor intento de reacción de las fuerzas japonesas hubiera provocado la reacción de aviones de los Aliados, dotados con bombas a la espera de cualquier posible traición de última hora por parte de la nación vencida. No hubo sino sumisión total. El Japón estaba completamente devastado. Tres semanas antes vio desaparecer las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki.

El emperador Hirohito, en esta ceremonia que solo duró veinte minutos, dijo a sus súbditos: “Hemos resuelto allanar el camino para una gran paz para todas las generaciones venideras al soportar lo insoportable y el sufrimiento de lo insoportable”. Los Aliados tenían preparada la “Operación Olímpica” para invadir las principales islas del Japón. No había obstáculo para lograrlo pues habían capturado la ciudad de Okinawa en junio de 1945. Sin embargo, con las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki y la consiguiente rendición del Japón, la Operación Olímpica, planeada para noviembre de ese año, nunca se llevó a cabo. Se decía que iba a ser el ataque marítimo más sangriento de la historia universal y probablemente diez veces más costoso en vidas humanas que la invasión a Normandía.

No hay que ensañarse con el mes de septiembre pero, sin creer en cábalas o agüeros, durante los treinta días de ese mes han ocurrido hechos trágicos que darían motivo para considerarlo signado por la desgracia.