Necedad neoliberal

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Alonso Amador

Alonso Amador

Columna: Opinión

e-mail: alonsoamador26@gmail.com


“…esta es una época de cambios fundamentales. El gradualismo – las escasas modificaciones en nuestro sistema político y económico – es inadecuado para la tarea que tenemos entre manos.
Lo que se necesita son cambios drásticos”. Aunque bien podría ser un extracto de algún manual revolucionario de la Francia del siglo XVIII, es el llamado que acaba de hacernos el Nobel de economía, Joseph Stiglitz, en su libro ‘Capitalismo progresista’.

Precisamente, la crisis humanitaria generada por el coronavirus dejó al descubierto que nuestros sistemas político y económico no están pensados para preservar lo más elemental de la existencia: la vida. Sorprende, por ejemplo, que ante diferendos comerciales o políticos los gobiernos actúen con celeridad y sin titubeos para imponer barreras al flujo comercial o de ciudadanos, pero que ante la letalidad de la pandemia ningún país se atreviera a frenar oportuna y decididamente su propagación.

En Italia, el gobierno dudó de la severidad del virus. En Brasil, Bolsonaro hacía chistes con la pandemia. En México, López Obrador incentivaba los abrazos recién comenzaba la expansión del virus. Y en Colombia, Duque observaba tranquilo cómo ingresaban las personas provenientes de países contagiados por el virus, principalmente por aeropuertos.

La razón para eludir las medidas necesarias era evidente: la economía; soslayando que el costo económico de no contener la propagación en sus territorios, sería mayor al costo económico de adoptar cuarentenas reales. El resultado está a la vista: un coronavirus perfectamente diseminado, sin control efectivo, y los indicadores económicos internacionales anunciando una fuerte crisis cuyos efectos ya empiezan a sentirse.

A diferencia de las crisis capitalistas, que generalmente se producen por burbujas especulativas en el sector servicios, esta contracción económica se gesta en el sector real de la economía. Solo en Colombia ya se han perdido 1,6 millones de puestos de trabajo, y el aumento del déficit fiscal tenderá a profundizarse bajo un escenario desequilibrado de cargas para la clase media y de exenciones a los grandes grupos económicos, especialmente el financiero.

No hay razones para continuar con un modelo económico de estímulo preferencial a la oferta, que fortalece las actividades especulativas y ahonda la inestabilidad en tiempos de crisis; no hay sustento científico ni empírico para seguir creyendo en aquella doctrina que dice que el mercado se auto-controla y que la intervención del Estado distorsiona su funcionamiento.

Si así fuera, ni Ferrari ni Ford hubiesen tenido que dedicar sus plantas a la fabricación de ventiladores hospitalarios; o la fábrica de Aguardiente Antioqueño tener que producir alcohol antiséptico, ni Arturo Calle tener que fabricar trajes de protección hospitalaria para suplir la demanda que el mercado, por sí solo, no pudo cubrir. Además, ¿qué hubiera pasado con los precios de los implementos hospitalarios y de los alimentos si el Estado no hubiese intervenido para castigar la especulación con los precios?

Es necio insistir en un sistema político y económico que desecha lo fundamental y sobrevalora lo volátil. Es momento de romper con el paradigma neoliberal de la economía y dirigirnos hacia una nueva economía política que siente las bases de una sociedad gobernada por el sentir humano y el discernimiento argumentado, y bajo un modelo económico de desarrollo que garantice la subsistencia de la humanidad. Para ello tendremos que hacer cambios profundos en nuestros gobiernos.